jueves, 27 de octubre de 2011

Haría Extreme 2011 - Pasado de rosca

Lo de la Haría Extreme de este último fin de semana ha sido toda una lección de humildad. En principio, el recorrido tenía un gran aliciente que no se puede obviar: La volcánica belleza de Lanzarote. Siempre me ha gustado ir a la isla conejera. Lanzarote posee paisajes imposibles de encontrar en el resto de las Islas Canarias, salvo por pequeños reductos como La Isleta, Caldera de Pinos de Gáldar en Gran Canaria, Fuencaliente en La Palma, la Restinga en El Hierro y Pico Viejo en Tenerife. Es una isla totalmente diferente, árida, extrema, tan extrema como la carrera que tuvo lugar el pasado 1 de octubre.
Llegamos Sarito y yo poco antes de las 07:45 al valle de las 1000 palmeras, Haría, para encontrarnos con todos los compañeros de fatigas de Arista, Clumonfir, Rungosay, VandamaTrail, etc., y disfrutar de una jornada de Ultra Trail bajo el sol de Lanzarote.
A las 08:00 en punto se daba la salida partiendo como principales favoritos David López (Trangoworld-LaSportiva) y Philipp Reiter (Salomon Deutschland) en la categoría masculina y Esther Fernandez (Where Is The Limit?) y Leire Iruretagoyena (Gailurrak), en la categoría femenina.
Por mi parte, competía dentro del equipo mixto Arista2 con Modesto Castrillón, Begoña López y Rayco Saavedra.
La carrera empezó realmente rápida ascendiendo hacia Las Peñas del Chache, donde ya empecé a notar que algo no marchaba bien. Hace justo un mes que terminé el UTMB® y no he podido ni recuperar bien, ni entrenar bien para esta carrera tan explosiva. Empecé a subir lentamente para intentar ir de menos a más, por lo que dejé que los más rápidos me adelantaran. Luego, al llegar a la cima, cruzando una zona muy técnica por un sendero que descendía hacia la localidad de Mala, me encontré bien y me lancé un poco en el descenso. Después de Mala, nos encontramos con los participantes de la categoría senderista (muchas/os corrían bastante) que nos animaban y dejaban pasar de camino a la localidad pesquera de Arrieta. Poco antes de llegar, me uní en el trote con Vicente Travieso (Aguilillas de Teror – vistamontanaradio.blogspot.com) y a nuestras espaldas oímos como alguien pedía paso; era el primero de la distancia Medium 22.5km, que había salido media hora más tarde que nosotros y venía como un avión.
En Arrieta, cargué sales y continué mi camino con Vicente. Yo aún no lo sabía, pero me esperaban dos subidas que me iban a dejar agotado del todo. Poco después de abandonar la costera localidad de Arrieta, iniciamos un leve ascenso por una barranquera en la que había que agacharse para poder pasar por los canales que cruzan la carretera. Posteriormente, empezamos una ascensión donde nos encontramos con Rosi, amiga italiana que está iniciándose gracias a Modesto Castrillón en esto de las carreras por montaña. Al llegar a la cima, nos dirigen por unas pistas de tierra muy corribles que conducen a un avituallamiento donde separan a las dos carreras. Nosotros, los de la larga (50km), giramos a la izquierda a través de unas pistas muy cómodas para correr. El Sol ya hacía estragos y, en algunos pequeños repechos, no había ni ganas de darle a la zapatilla. Al rato, una imagen familiar apareció a lo lejos. Sandra, gran corredora del equipo Vandama-Xtrail, que extrañamente iba andando; un ritmo poco habitual en ella. Me pongo a su altura y le pregunto qué tal va y me responde que lleva un buen rato vomitando todo lo que tomaba, geles, barritas, incluso agua. Decido acompañarla porque yo tampoco es que pudiera ir mucho más rápido. Al cabo de un rato, se para junto a una casa para que le echaran agua por la cabeza y yo decido trotar suavemente un rato. Llego hasta una corredora con pinta de extranjera, que resultó siendo del País de Gales. Cymru!!! La adelanto y llego hasta dos chicos con los que comencé la zona más agreste de toda la carrera: el Malpaís de las Siete Lenguas. Para los que no estén muy habituados a los topónimos y nombres geográficos relacionados con el vulcanismo, les informo de lo que es un malpaís. También llamado “maipez” o “malpey” en otras islas, un malpaís no es otra cosa que una colada de lava tipo AA, es decir, muy densa, que al enfriarse deja un paisaje muy agreste, con rocas muy porosas, de borde muy afilado. Se le llama malpaís porque adentrarse en ese suelo puede tener consecuencias muy dramáticas. El suelo podría no estar del todo compacto y llegar a atravesar con el pie una burbuja de aire en la roca que, al ser muy porosa, podría romperse bajo el peso de un ser humano. Además de ello, los bordes de las rocas son tan afilados, que te dejas literalmente las suelas y los flancos de las zapatillas en ese terreno. El Malpaís de las Siete Lenguas (Siete coladas diferentes que salieron del Volcán Corona hace varios cientos de años) forma parte de una Reserva Natural Especial y, por ello, se limitó la inscripción en la prueba reina (50km) a un máximo de 100 corredores. Al ser un espacio protegido, sólo dispone de un acceso. Un abrasivo sendero marcado por pequeños mojones de piedra, utilizado por los Servicios de Medio Ambiente para el mantenimiento y protección del entorno. Después de salir de esa zona, cualquier cosa que pises será una maravilla bajo tus pies. Al terminar el sendero de las Siete Lenguas, el camino prosigue, ya en suave descenso hacia la localidad de Órzola, donde nos espera uno de los últimos avituallamientos. Desde allí, seguimos bordeando la costa hasta comenzar la ascensión al Mirador del Río. Esa ascensión no es que fuera excesivamente dura, pero sí se hizo larga. Sandra y los otros dos chicos que iban conmigo aceleraron el ritmo y los perdí. El ascenso no tiene mucha pendiente, pero cuando parece que ya has llegado a la cima, aparece otra loma por detrás y sigue el camino para arriba. Cuando por fin se llega al Mirador del Río, las vistas son incomparables; ante los ojos, las islas de La Graciosa, Alegranza y Montaña Clara, el color turquesa del estrecho del Río es un placer a los ojos, pero para las piernas, comienza la primera parte del calvario, el descenso por el Camino de los Gracioseros, que baja casi hasta la playa del Risco y donde me encuentro con Yasmina e Ismael, de Arista que van a un ritmo mucho más elevado que yo. Termino el descenso y me encuentro de nuevo con Vicente Travieso y juntos llegamos al inicio de la segunda parte del calvario. El ascenso al Mirador de Guinate. Yo aún no tengo claro que allí haya un sendero. A veces lo parece, pero lo mires desde donde lo mires, eso es una broma de mal gusto que le añade un toque de picante a la prueba. Desde abajo, se puede ver puntitos de colores, “trepando” literalmente por la pared. Desde luego, la Haría Extreme no es para personas con vértigo. Espero a que llegue la galesa y junto a Vicente, empiezo a subir por esa cuesta. Al cabo de un rato, un señor baja y nos dice que para él se acabó, que se va a la playa del Risco para que lo saquen de allí en barca, que ya le estaba empezando a dar un “yuyu” del calor, la altura y la pendiente. Es verdad que el calor aprieta. Estamos en la vertiente noroeste de la isla y, a esta hora de la tarde, en Lanzarote hace mucho calor. La piedra negra volcánica tampoco ayuda mucho a disiparlo, la verdad. Casi a medio camino, decido mirar hacia atrás y hacia abajo y me impresiona la pendiente. Abajo se ven pequeños puntitos de colores e intuyo que alguno de ellos debe ser el señor Galán. Llegamos a una zona algo más cómoda y aparecen dos miembros del Equipo de Rescate, con cascos, arneses, cuerdas y anclajes, descendiendo por la pared y trayéndonos una garrafa de agua para poder avituallarnos a media altura. Pienso “si estos dos tienen que bajar hasta aquí con arneses y cuerdas...¿Qué demonios hacemos aquí nosotros con licras y zapatillas?” En fin, borro ese pensamiento de mi cabeza y me alegro de no ser acrofóbico, porque ahora lo estaría pasando realmente mal. Si miro hacia abajo, sólo se ve el mar y rocas. Un tropiezo en este punto podría suponer una auténtica desgracia. Por fin, llego al Mirador, donde hay instalado un avituallamiento, el penúltimo. Allí me paro un poco porque no puedo seguir el ritmo de Vicente ni alcanzar a Ismael y Yasmina. Aparece Sergio Espinosa, de Arista, y me anima, sólo queda el ascenso a Gallo y descender hacia Haría. Ya no queda casi nada. Me uno a Galán, que ya ha llegado a Guinate y comenzamos el cresteo junto al precipicio que bordea los Riscos de Famara, ascendemos Gallo, llegamos al último avituallamiento y me lanzo descenso abajo para llegar ya a Haría. En el final de la bajada, llamo a Sarito, para avisarla de que ya estoy llegando, entro en las calles asfaltadas de Haría y, por fin, tras un corto descenso, entro en la plaza y cruzo la línea de meta, uff, por fin!! Ni pongo el tiempo, porque fue un montón. En la lista de clasificación, se me encuentra antes empezando por el final. El año que viene, repito y, seguro que mejoro el tiempo.

lunes, 26 de septiembre de 2011

UTMB'11 Ep.10 La Meta, el Paraíso del Ultra Trail, un sueño hecho realidad en Chamonix

Llego a las calles de Chamonix. Cielos! Salí de este pueblo el viernes a las 23:30 y hoy domingo, después de dar la vuelta alrededor del Mont Blanc, entro de nuevo por sus calles. Rompo a llorar, la gente me aplaude y todos gritan "Bravo, finisher!", no me lo puedo creer, esto es un sueño hecho realidad, estoy corriendo hacia la meta más deseada de mi vida (hasta la fecha), giro la rotonda, veo a corredores que van andando, algunos cojeando, otros escoradísimos, que parece que se vayan a caer, bajo la calle y giro a izquierda y luego a la derecha, veo el arco de Vibram® y a una multitud que grita y aplaude, entro en la zona vallada entre lágrimas y un millón de manos que se alargan para que yo las choque con las mías, muchas gente, muchísima gente, todo Chamonix está en la calle, corro junto al río, vuelvo a pisar esas calles que tanto deseaba volver a ver, llorando, llego a la zona de la Feria del  UTMB, el Hotel Alpina, cruzo la calle, giro a la derecha, adelanto a un corredor que sólo puede caminar y le digo, "Bravo, Finisher!", él sonríe con los ojos llorosos, giro a la izquierda para entrar en la calle comercial y allí la gente se vuelca con todos los corredores, hasta los policías aplauden y te gritan, la gente me mira el dorsal, gritan mi nombre, me llaman por mi nombre y gritan "Bravo, Daniel, Bravo finisher!" Al final de la calle, giro a la izquierda, hacia la escultura del Doctor Paccard y allí, entre la multitud....Saro. Me echo a llorar, Nos abrazamos, nos besamos y ella me pregunta si quiero que ella me acompañe en los últimos metros. Le agarro la mano y corremos juntos hacia la escultura de Balmat y Saussure, giramos a la derecha, ¿Todo Chamonix? ¡Medio mundo está allí! La gente no para de gritar mi nombre, veo el letrero de la farmacia, esta cerca, está muy cerca, una "chicane" de derecha e izquierda y allí delante aparece ante mis ojos la postal más bonita que he visto en una carrera: La Place de l'Eglise, el Triangle de l'Amitie, el arco de meta del Ultra Trail du Mont Blanc. Me derrumbo, me paro, mis dos manos señalan al arco de meta y no puedo parar de llorar, cojo la mano de Sarito y corriendo, con ella a mi lado, cruzo por fin la meta soñada. Como diría Paulo Coelho: he cerrado un círculo.
Lo he conseguido.
Soy finisher del Ultra Trail del Mont Blanc.
He regresado al sitio que me vio partir hace 39 horas, 54 minutos y 27segundos.

Entrego mi chip y me dan un chaleco que hay que lucir con orgullo porque ha costado mucho esfuerzo y mucho sacrificio. Es un chaleco que dice que el que lo consiguió es Finisher del UTMB®.


Agradecimientos
No puedo cerrar esta crónica sin agradecer a todas las personas que me hay apoyado, las que me han animado, las que me han dado consejos (e incluso a las que no creían que yo lo iba a conseguir, porque eso me daba más energías para llegar a la meta).
A mis padres Inma y Salvador ¿Cómo no? Siempre han estado ahí, sin pedirme nada a cambio, sólo ser buena persona.
A mi hija, Alyssa, porque en los momentos de mayor debilidad, cuando pensaba en que igual no lo iba a poder lograr, aparecía su imagen en mi mente y me daba fuerzas para levantarme y seguir adelante. ¿Abandonar pudiendo continuar? No te podía hacer eso, mi vida. Nunca abandones.
A mi primo Acaymo, porque con él entrené aquella Trans del 2008 y porque aunque tu lesión no te permitió acompañarme en este largo y arduo camino, uno de los dos miembros del equipo tenía que lograrlo y quiero que sepas que una gran parte de esto es gracias a tí.
A Sarito, mi novia, porque comparte conmigo este amor por la montaña y la naturaleza, este amor por las carreras por montaña y porque siempre ha confiado en que yo lograría llegar a la meta. Te amo, Sarito.
A Fernando González Díaz, por tus sabios consejos, fruto de la experiencia en esta y otras muchas carreras.
A Cristo Acosta, por aquella frase "He visto senderistas llegar y corredores morir".
A Albertito, por tu asesoramiento técnico.
A Pedro M. "Indi", por enseñarme a orientarme por las montañas.
A Carlos González Díaz, por enseñarme a hacer más corta una carrera tan larga.
A todo el equipo Arista, por apoyarme y darme alas para correr más y mejor.
A Manolo Cardona, del Club Neophron, por enseñarme a subir cuestas sin cansarme tanto.
A Antonio García "Tolo", por decirme una y otra vez que no abandone. En 2012 te toca a tí, Tolo.
A Conchi Antúnez, por decirme en 2007, "Apúntate a la Travesía". Ahí empezó todo, Conchi. Infinitas gracias!!!!!
Se me olvida nombrar a muchas personas, muchísimas, pero quiero que sepan todas las personas que me han apoyado y me han dado algún consejo, que me han tranmitido esa energía positiva, que los llevo dentro, en mi mente y en mi corazón y que sin esa energía, igual no hubiera podido llear a la meta. Muchas gracias!!!

UTMB'11 Ep.9 La Tachuela Poletti

Al salir del avituallamiento, el calor ya es insoportable. Hemos tenido clima para todos los gustos. Decido quitarme la camisa técnica de The North Face® y le quito la "cortinilla" trasera a la gorra. He de ser sincero. Lo hice porque sé que la foto de la llegada quedará mejor sin la telilla esa detrás. Trotamos por todo el sendero en dirección al Col de Montets y en ese momento, me alegro de no tener que subir las 86 curvas del Tête Aux Vents y La Flègere. Junto al río, aparece una suave subidita y me pruebo. No me lo creo, puedo trotar cuesta arriba y adelanto a dos corredores. Sigo trotando y aprovecho el momento, me siento feliz, muy feliz, empiezo a creerme que voy a lograrlo, llego a la carretera, los coches nos animan usando el claxon y nos gritan "Bravo!" por las ventanillas, algún ciclista también nos anima al pasar junto a nosotros, llego al Col de Montets y vuelvo a ver a Fer y a David. Fer me dice "A partir de aquí, todo para abajo y la subida final". Le doy las gracias y veo el cartel de "Dorsal a la vista-fotografía". Veo a uno de los fotógrafos de la organización justo antes de adelantar a dos corredores que no pueden trotar. Corro por el sendero y se me une de nuevo Pascal, corremos juntos y adelantamos a muchos corredores y corredoras. Entramos en Argentiére y pasamos por el último control. Un voluntario nos dice "Bon courage pour le dernier montee" (Mucho ánimo para la última subida) y Pascal me mira con cara de no comprender por qué lo dice, yo le digo "On avon an petit montee plus, Pascal". Él no me cree y se lanza cuesta abajo por la calle, yo hago lo mismo y un grupo de niñas me saluda desde un balcón, los coches nos pitan dándonos ánimos, la gente en las terrazas, nos anima, todo el mundo está volcado en la prueba, todo el mundo sabe lo que estamos haciendo y qué estamos a punto de conseguir. Se me saltan las lágrimas, no lo puedo contener, sé que voy a acabar el UTMB si no tengo ningún accidente en los próximos 7 kilómetros. No me lo creo, "siete!" Sólo siete kilómetros más y habré conseguido mi sueño desde 2007, cuando volví a nacer, cuando volví a creer en mí mismo, cuando decidí que iba a participar en la Transgrancanaria de 2008 y que algún día vendría a probar suerte en el UTMB®, mi sueño desde que en enero de este año, 2011, me llegó el email que decía que había tenido suerte en el sorteo y que tenía plaza para venir a disfrutar sufriendo dando la vuelta al Mont Blanc en menos de 46 horas, atravesando Francia, Italia y Suiza. No puedo dejar de llorar, entramos en un bosque que reconozco y ya sé que falta menos para llegar, Pascal acelera y alcanzamos a una corredora a la que habíamos dejado atrás antes de Argentiere. Probablemente pasó el control sin entrar a la caseta donde estaba el pequeño avituallamiento de líquidos improvisado. Seguimos corriendo y Pascal vuelve a acelerar, le vuelvo a gritar "Nous avon an petit montee plus!" y mira para atrás, poco después, desaparece tras unas casas y le veo parado por completo en medio del camino, mirando hacia la "sorpresita Poletti".
"No hay derecho", pienso. "¿Qué es esto?" A alguien de la organización, se le había ocurrido la fabulosa idea de hacernos creer que desde el Col de Montets, todo iba a ser un camino de rosas hasta la meta. Pues si era un camino de rosas, esto debían de ser las espinas. Las marcas reflectantes giraban un poco hacia la derecha en una bifurcación y proseguían su camino cuesta arriba. La corredora aquella, nos adelantó y subió aquella cuesta como un galgo y la seguimos. Pascal decidió que no quería trotar más. Yo me probé y ví que sí podía con su ritmo, aunque me dejó siempre unos 10 metros por detrás. Al cabo de medio kilómetro, el camino volvió a bajar y respiré. Mi gozo en un pozo, el camino volvió a ascender y, esta vez, con más pendiente si cabe. La corredora ya decidió que no iba a correr más, porque las marcas reflectantes se perdían en el horizonte cuesta arriba. Volví a acordarme de la familia de "la Poletti" y pensé que, si un día me la presentaban, o si me la encontraba en la meta, le pediría por favor que no pensara. Porque cada vez que ella piensa, los corredores sufrimos un montón. Por supuesto, ahora no soy de la misma opinión, pero en ese momento, con 168km en las piernas y 9600m de desnivel positivo y otros tantos de desnivel negativo en las piernas, en medio de un camino plagado de piedras, rocas que te obligaban a levantar toda la rodilla para avanzar, raíces, etc., y siempre cuesta arriba, uno piensa de todo. Yo ya me empezaba a preguntar si nos iban a llevar hasta la Floria, porque aquello no paraba de subir. Al poco rato alcanzo a dos italianos que, cuando parecía que se había acabado su sufrimiento y que llegábamos al sendero de La Floria, ven impotentes, como yo, cómo la ruta sigue ascendiendo irremisiblemente. Uno de ellos hace un gesto ostensibilemente enfadado y creo oir las palabras "porca miseria" y "Poletti" en la misma frase. Les comprendo, yo pensé más o menos lo mismo, pero en castellano.
Sigo subiendo y oigo a dos personas trotando por detrás mía. No me puedo creer que algún corredor pueda llegar aquí corriendo y cuando me adelantan, veo que es una pareja joven de un equipo de atletismo que está entrenando por la zona y que en sus maillots pone "Alcoy". Les saludo y les digo que soy de Gran Canaria y que haciendo el TMB conocí a una pareja que eran de Alcoy. Por las señas que les doy, ellos me dicen que les conocen y se apuntan a acompañarme durante el resto del camino. Por fin, la cuesta termina y un grupo de personas nos avisan de que hay que tomar un desvío hacia la izquierda. Estamos en el Petit Balcon Sud. Por fin, por fin, la bajada desde La Floria, la pista de tierra, dos curvas de herradura y al fondo ya se ve el asfalto, empiezo a trotar y le digo a mi compañía alcoyana que les agradezco un montón la compañía, pero que si la organización me ve acompañado por alguien que no es corredor de la prueba, que me podrían descalificar y ellos me dicen que lo entienden y que lo saben, que ya nos vemos en la meta. Gracias! Jessica y Kiko!!

UTMB'11 Ep.8 Trient, Catogne y Vallorcine - Empiezo a creérmelo

Después de bajar como un poseso (subir no, pero bajar se me da bien, es lo bueno de ser bajito) llegué a Trient y me dirigí al avituallamiento. El Sol ya pegaba muy fuerte y tenía la cara empapada en sudor. Al pasar junto a la iglesia, un grupo de aficionados españoles me da ánimos. Eso reconforta mucho, lo agradecí sinceramente. Un "Allez!", un "Bon courage!", un "Bravo!" suenan muy bien, pero para nosotros, no se pueden comparar a un "Vamos!" o un "Ánimo!". Entro en el avituallamiento puntualmente presentado en sociedad por un speaker. "¡Esto es de otro mundo!", pienso. Voy directo al depósito de agua y cargo los bidones, como algo de queso, pido dos tazas de cola y me llevo dos trozos de plátano que me saben a gloria. Les pregunto a los voluntarios si tienen bebida energética y lo que me dan es algo parecido a una mezcla entre zumo de frutas con caldo. Efectivamente, no sabía muy bien, pero seguro que tiene "fundamento" como diría mi madre, así que lleno un bidón con aquella cosa rara y, cuando lo estoy cerrando, entran Goyo y Paco. Les explico cómo es la subida que nos queda por delante y les tranquiliza saber que es la última de la carrera (es la información que yo tenía en ese momento de la carrera). Les digo "Chicos, yo voy a aprovechar que me siento bien, pero voy a subir Catogne al tran-tran, que cuando la subí con Sarito en el TMB nos costó horrores, porque es empinada y un sinfin de zigzags que no acaba nunca. Probablemente me cojan ustedes por el camino". Me responden que sí y me dicen que si me siento bien, que tire para delante. Salgo del avituallamiento y me dispongo a subir el cuestón en "modo diésel". Ya no tengo prisa por llegar a ningún sitio, controlo el tiempo y sé que tengo margen de sobra para llegar todo el resto del camino hasta Chamonix andando despacio, si fuera necesario. Hago los cálculos mentales necesarios y me sobraría un montón de tiempo. "¡Genial!", me digo, "Ahora, al golpito, despacito y con buena letra". Cruzo el río y empiezo a subir por la pista de tierra, luego, me desvío por el sendero y empiezo la interminable sucesión de curvas sin ninguna prisa.
Mientras asciendo, cabeza abajo y mirando siempre al suelo, con las gafas de sol sobre la visera y las gotas de sudor corriendo por la cara, adelanto a varios corredores a los que no había visto en toda la carrera y que, en ese punto, tienen que pararse a sentarse en alguna piedra junto al camino para descansar. Uno de ellos, un japonés -creo-, está reventado, no puede ni apoyar las manos sobre las rodillas al sentarse. Al pasar junto a él le doy ánimos en francés (por costumbre, sobre todo) "Courage, courage!" y levanta la mano en señal de agradecimiento. Encuentro a corredores que caminan casi de lado, otros van escorados y parece que se van a caer, pero sólo miran hacia delante, como si hubiera un punto de luz en el infinito hacia el que tienen que ir y que les guía hacia la meta. Delante de mí, aparecen unas Hokas® y, calzada en ellas, una chica (una máster 40, en realidad) sube algo más despacio que yo, pero sin parar. Decido seguir su ritmo para bajar un poco las pulsaciones y, así, permitir que Goyo y Paco me alcancen porque ya me estaba extrañando que no lo hubieran hecho. Al cabo de un buen rato, ella se aparta para un lado justo donde hay un tronco podrido con una madera muy roja y me acuerdo del TMB. Recuerdo que, poco después de pasar por allí con Sarito, llegamos al alpage de Tseppes, donde aquellos dos toros se mugían entre sí "diciéndose de todo" y, poco después, se llegaba a la cima, donde el camino suavizaba la pendiente. En ese momento, miré para atrás y busqué por el camino más abajo, entre los árboles para ver si conseguía divisar el buff de Goyo, pero nada. No veía ningún color conocido. Seguí ascendiendo poco a poco y terminé llegando arriba, donde el camino se vuelve casi llano y alcancé a un grupo de corredores que hablaban en castellano. Me dejaron pasar y les dí las gracias en español y uno de ellos me pregunta: "Espera, ¿Tú no subiste conmigo el Bonhomme?", me doy la vuelta y no reconozco al chico que me habla y le pregunto "¿Quién eres?" , "Soy Miguel, de Castellón". No me lo puedo creer. Acabo de alcanzar a un chico al que no reconozco porque al Bonhomme subió con un chubasquero amarillo, como le recordé, y ahora iba vestido de rojo. Me alegra mucho verle de nuevo y me sorprendo de haberle alcanzado porque este chico me pasó como un avión entre el Col de Bonhomme y el Col dela Croix de Bonhomme, para no volver a verle más hasta ahora.
Me despido de él porque yo andaba con un ritmo algo más rápido que el de él y me echo a trotar cuesta abajo para llegar al control de Catogne. Después de pasar por allí, alcanzo a un chico que lleva una camiseta de Argentina y le saludo diciéndole que soy Canario y que me alegra mucho ver a un latino en esa carrera, me deja pasar mandándome muchos saludos para nuestras islas y sigo bajando hasta el cruce en el que el camino vuelve a ascender suavemente y a meterse en un bosque. Allí, me encuentro con una familia que busca setas y alcanzo a dos chicos que hablan catalán. Les reconozco, sobre todo a uno, que es muy alto y me acuerdo de que la anterior vez que les ví fue en Courmayeur. Pienso: "Caray! Pues sí que le he metido caña al cuerpo, estoy pillando gente a la que no veo, literalmente, desde ayer!". Les adelanto y sé que queda una bajada rapidísima hacia Vallorcine. El camino me tenia guardada una sorpresa muy, muy agradable.
Llego por la pista de tierra hasta el cruce montado por los bomberos de montaña de Vallorcine y me alegro de volver a entrar en Alta Saboya, le pregunto a uno si la botella de refresco de cola que había junto a la valla era para nosotros y, desde lejos, me dice que sí, que puedo beber. Me echo un buen trago de refresco y me lanzo por el sendero hacia el siguiente avituallamiento.
La bajada hacia Vallorcine es muy variada, tiene zonas muy técnicas entre bosque, con muchas raíces que sobresalen del suelo, piedras, un desnivel brutal y termina con una loma llena de hierba. Dentro del bosque, adelanto a un máster 60 que bajaba ya con algo de dificultad y adelanto a un chico francés llamado Pascal. Muy poco después, la sorpresa: dos figuras familiares me saludan desde lejos "Ese Dani!!", me entran ganas de llorar, son Fer y David, de Arista. Me paro para hablar con ellos y Fer me dice asombrado que me ve muy bien, que voy súper entero, cuando la gente llega allí destrozada. Me dice "Chacho, Dani, se te ve súper fresco, si hasta puedes correr! Chacho, que esto aquí ya es un desfile de cadáveres, aquí la gente ya llega muerta!" Yo les digo que no sé por qué, pero que me siento muy bien, que a medida que la carrera iba pasando, yo me iba encontrando mejor. Le doy las gracias a Fer por el consejo que me dio de dormir 20 minutos en Bertone. Le digo también que tuve que dormir en Champex porque me dormía caminando y que Goyo y Paco vienen por detrás, pero que no sé a qué distancia. Fer me dice que adelante, que me estaba haciendo un carrerón y añade "Tío, que lo vas a conseguir, que te vas a hacer un Mont Blanc!" Esas palabras, ya me hacen temblar y pienso "Joder! Es verdad, voy a ser finisher del UTMB!", aparece Pascal y me despido de Fer y David sin antes decirles que esa noche, si puedo, las cervezas las pago yo. Fer me advierte: "Ah, Dani, te lo digo para que no te coja de sorpresa, les han puesto una sorpresita antes de llegar. No se va a hacer la entrada a Chamonix por el valle, cuando pases Argentiere, les han puesto una subida de regalo, son unos 200 metros de desnivel en unos 2 ó 3 kilómetros, no lo sé muy bien, pero no te quemes mucho para que puedas subirla y así no te coje de sorpresa". Le doy las gracias y pienso en la familia de Catherine Poletti (a buen entendedor...).
Vuelvo a alcanzar a Pascal y él me dice que prefiere que yo vaya delante, marcando el paso en la bajada. Vaya, debe de ser que tengo más técnica que él, pero a mi me viene mejor bajar por delante. Continuamos el pronunciado descenso por una sucesión interminable de curvas en tierra arcillosa y llegamos a unas casas, allí está la última bajada. La loma de hierba ya tiene un caminito hecho y bajamos como dos disparos dando un auténtico espectáculo que el público agradece aplaudiendo y sacando fotos y vídeos. Un americano nos dice "Great show, guys, well done!" Felicito a Pascal por la bajada y él me dice que parecíamos dos VTT (Mountain bikes) de la copa del mundo de descensos. Nos reímos y entramos en el avituallamiento.

UTMB'11 Ep.7 Un sueño en Champex y un km vertical para desayunar

Salimos de La Fouly en dirección a Champex, cuyas luces se pueden ver a lo lejos en medio de la montaña. Nos unimos a un grupito y ascendemos un sendero que nos conducirá hasta la bajada de la Crête de Salelina (Cresta de Salelina) para entrar en las casas nuevas de Praz de Fort. Allí, Salomón se acuerda de que tiene que parar frente a la casa de una señora mayor que conoció cuando entrenaba ese tramo y que le había prometido un té cuando pasara por delante de su casa en el UTMB, porque ella iba a estar toda la noche animando a los corredores. Esta gente no deja de sorprenderme, es MUY de noche y, al pasar por la casa de esta señora, allí está ella en la puerta, con toda la familia, con una barbacoa, calentando té y café para los corredores que quieran. Nos saluda y reconoce a Salomón, nos ofrece una taza de té y él acepta. Yo, en principio, rechazo la invitación porque no es té lo que tenía previsto beber ahora, pero luego acepto. Maldita la hora que lo hice. Desde ese momento, todos los que bebimos ese té empezamos a tener picor de garganta y no dejamos de carraspear en toda la noche. Estaba rico, sí, pero hasta entonces yo tenía la garganta genial y ahora....ahora la tengo como un papel de lija. Da igual, seguimos descendiendo por asfalto en dirección a Issert, donde empieza la subida a través del Sentier des Champignons (Sendero de los Champiñones). 
Ese sendero tiene un par de rampas coquetas y, si pasas de día, te partes de la risa con lo que han hecho allí con los árboles talados. Han covertido el sendero en un camino temático basado en las setas. En los troncos de los árboles talados, han tallado setas de diferentes especies, ardillas, una cesta con setas, un pez, una cabra montés o bouquetin, como los llaman aquí, una marmota e incluso un canguro. Bueno, cuando veas el canguro significa que ya estás en las puertas de Champex, no lo olvides. El sendero hacia Champex es angosto, empinado y el suelo está lleno de raíces. En un momento, veo a Salomón adelantar a un grupo que iba despacio, pero no consigo seguirle y me quedo atrás. Por alguna razón, empiezo a sentir sueño, pero, de momento no es preocupante, en una zona algo más ancha del sendero, consigo adelantar al grupo y llego hasta el Sr. Cohen. Poco después, en el sendero se empieza a escuchar música y parece que estamos cerca del avituallamiento, pero la organización nos guardaba una sorpresa. Para evitar el que alguien cogiese un “taxi” desde Issert hasta Champex, han colocado un control de paso en medio del sendero hacia Champex Lac. Nos pasan la maquinita y yo sigo buscando con el frontal la condenada figura del canguro, pero no hay manera, no aparece. La sensación de sueño empieza a ser preocupante porque se me cierran los ojos y justo en ese momento, Salomón me dice “Tío, en Champex voy a tener que dormir algo”. Yo le respondo: “Me estoy quedando dormido mientras camino, Salomón”. Me siento muy cansado, tengo un montón de frío y los ojos se me cierran. A veces, camino casi 5 metros con los ojos cerrados, lo que, en medio de un bosque, con un sendero estrecho y una fuerte caída a la derecha, puede ser muy peligroso. Lo tengo claro: "En cuanto entre en el avituallamiento, busco el pastel de arándanos de León, pregunto por los colchones y me echo a dormir media hora".
Al cabo de un rato, mi frontal apunta hacia la izquierda y veo al condenado cangurito, miro hacia delante y veo la placa verde que da la bienvenida a Champex y llegamos a la carretera. Aquí hay que tener algo de cuidado, porque hay que seguir bien las flechas para pasar por detrás del cartel nuevo, del garaje y seguir ascendiendo por el sendero para llegar al avituallamiento. Al llegar, nos alegramos de ver a la pareja de Salomón, que nos da la bienvenida. Entramos en el control de chips, al avituallamiento y veo a León. Le saludo y me presento. Se acordaba de mí, porque pocos días atrás, estuve en su boulangerie (pastelería) hablando con él e incluso nos sacamos una foto con Sarito. 
En el avituallamiento, la famosa tarta de arándanos de León. Allí estaba, ¡Qué buena pinta! Cogemos un plato, metemos dos trozos y nos los llevamos a la zona de colchones. No puedo más, estoy realmente agotado y mi mente funciona al 40%. Tengo mucho, mucho sueño. Programo el despertador para 30’, me quito las zapatillas, me echo y me tapo con la manta. Me resulta curioso que, en los colchones de al lado, hay tres japoneses durmiendo exactamente igual ¡Chico, porque les oigo respirar, porque si no, pensaría que estaban muertos! Los tres, boca arriba, con las manos sobre el pecho. Cierro los ojos y me quedo dormido.
Abro los ojos. Han pasado 25’ y estoy temblando. No le he dado tiempo al despertador para que cumpla su función porque hace un frío terrible. Las manos me tiemblan, me tiemblan las piernas, casi no puedo articular palabra y me acuerdo de mi retirada en El Garañón a las 22:35 en la Transgrancanaria de 2008. ¡Uff, borra eso de la cabeza, Dani! Pero hay que salir de aquí cuanto antes para entrar en calor. Me levanto, veo a Salomón despertándose y me como mi trozo de pastel ¡¡¡¡¡Diosssssss, qué cosa más rica!!!!! Caray, ahora entiendo por qué es tan famoso el pastel de arándanos de León. Cuando Sarito y yo estuvimos en su boulangerie, él y su señora nos invitaron a dos trozos porque eran los últimos que le quedaban de ese día y ya era la hora de cerrar, pero en el UTMB, el pastel estaba recién hecho. En fin, que si un día pasan por Champex Lac, no duden en entrar en la pastelería de León. Tiene un cartel del UTMB en la puerta, así que es inconfundible. Es un “must” del Tour du Mont Blanc. Pues, seguidamente, me voy a la zona de las mesas y temblando, pido una taza de caldo. Bien, por lo menos está calentito y las manos dejan de temblar. Me bebo dos tazas de caldo, como un par de trozos de queso, pido una taza de cola, como algo de chocolate y me bebo un vaso de café. Esto último provocaría una reacción fisiológica en mí de la que me había olvidado. Cuando compruebo que Salomón está listo para salir, nos despedimos de todos los voluntarios y nos marchamos en busca de lo desconocido: la bajada a Martigny (471m), según nos han dicho y el ascenso al Col de la Forclaz (1527m).
A la salida de Champex Lac, andamos por asfalto hasta encontrar el cruce con el camino hacia Bovine. Como nos han dicho que no se sube a bovine, dudamos, no sabemos por dónde tenemos que ir. ¿Seguimos por carretera? Las marcas indican que debemos entrar en el sendero. Tras unos momentos de indecisión, decidimos entrar en el camino y ya veremos qué pasa. Al cabo de un rato, mi cuerpo empieza a reaccionar al café y le digo a Salomón que me tengo que parar a hacer de vientre. Encontramos un banco en un recodo de la pista de tierra y él me dice que me agarre al banco y que apague el frontal, que él se queda vigilando para que nadie me esté apuntando con la luz mientras yo estoy "plantando un pino". La organización, previendo que esta situación la viviríamos con casi total seguridad, ya nos había provisto de unas bolsas de basura para guardar el papel y tirarlo en el primer contenedor de basura o papelera que encontráramos, así que eso hice, para mantener limpio el camino. Una vez listo, continuamos el camino seguros de que sí era por allí, ya que varios corredores habían pasado por la pista de tierra durante ese corto espacio de tiempo. Caminamos a buen ritmo, descansados tras el sueño reparador. ¡Hay que ver lo que dan de sí 25' durmiendo! Alcanzamos a un grupito de franceses y creo identificar en él a un chico con el que ya había descendido del Gran Col Ferret. Cuando estamos en el sendero en medio del bosque, primera duda. Aparece ante nosotros una cinta roja y blanca cortando el paso y no sabemos bien por dónde pasar. algo más arriba se advierte un reflectante y decidimos adentrarnos más por ese sendero. Cruzamos un sitio que no recuerdo del TMB y me doy cuenta que las lluvias del viernes por la noche han cambiado el paisaje. Donde había un sitio de paso fácil, ahora la organización ha tenido que colocar un tablón para facilitarnos el paso, mientras un riachuelo baja desde las montañas. Llegamos a un descampado donde se encuentra el alpage que da entrada a Bovine y vemos que hay cintas y reflectantes que nos hacen cruzar la carretera y descender. Confiados con que ese descenso nos llevará hasta Martigny, nos lanzamos por el terreno embarrado y no dejamos de trotar mientras la claridad de la mañana empieza a iluminar levemente el horizonte. Atravesamos varias veces una carretera, corremos junto a una acequia muy embarrada y con los primeros rayos de sol, llegamos abajo. Allí, enfrente, vemos una ascensión por asfalto en forma de larguísimos zigzag que no sabemos a dónde llevan, pero por los que se pueden ver los llamativos colores de la ropa de varios corredores.

UTMB'11 Ep.6 De refugio en rifugio y duermo porque me toca

Atravieso las calles de Courmayeur, paso por debajo de la autopista, a través de las calles comerciales y asciendo por las escaleras que dan acceso a la plaza de la iglesia. Allí, un grupo de batucada me recibe, leen mi nombre en el dorsal y me animan llamándome por mi nombre. Eso es algo que vives durante toda la carrera y que te pone los pelos de punta. En las ciudades, pueblos, caminos y senderos, la gente mira tu dorsal y te anima llamándote por tu nombre. Les agradezco las muestras de ánimo y comienzo a ascender por la cuesta de asfalto que me llevará a las duras rampas aframbuesadas hacia el Refugio Bertone. Entre las casas, me paro a cargar agua junto a una fuente y lavadero que debe llevar allí mil años y poco a poco me acerco al inicio del sendero. Comienzo a subir y el Sol ya aprieta bastante el cogote, me sorprende comprobar que la camiseta técnica The North Face® de manga larga que llevo debajo del maillot de Arista transpira de maravilla. Al ser oscura, me protege del Sol y, al transpirar, se nota un fresquito que se agradece en este momento. Me siento muy bien de piernas y de cardio, aunque ya empiezo a sentirme algo cansado de tantas subidas y bajadas. La ascensión al Refugio Bertone es una ruta que, durante el Tour del Mont Blanc pude comprobar que es de “domingueros”. Me explico: es una ruta muy familiar, las gentes de Courmayeur y de las localidades de la zona, aparcan abajo y ascienden los 4 kilómetros de subida hasta el refugio para almorzar allí, deleitarse con las vistas y tomar el sol en los apacibles días de verano.
Reconozco que esta subida se me hace muy larga. Me cuesta subir estas rampas más que cuando lo hice con el mochilón y eso que hago denodados esfuerzos para subir como me enseñó Manolo Cardona, del Club de Montaña Neophron, usando las piedras como escalones, apoyando en ellas el talón y, así, no forzar tanto los gemelos. Aún así, me cuesta horrores subir y me detengo para repartir un sobre de Recuperat-Ion® entre los dos bidones. Junto a mi mochila, veo una planta de frambuesas y me como un par de ellas. Algo de vitamina C me vendrá bien. En ese momento, me adelanta un grupito de corredores y me uno a ellos para llegar a buen ritmo hasta arriba. Por fin, entre los árboles, se adivina el cielo azul y desaparece la arboleda, se oye un gentío que anima a los corredores y, paso a paso, llego hasta el refugio. Allí, el avituallamiento está dirigido por el mismísimo Enrico Bertone a quien le pido que me indique el sitio en el que puedo dormir un poco. Él, muy amablemente, me señala en camino y me pregunta si quiero que me despierte él o si me despierto yo sólo. Le digo que pondré el despertador y, en medio de una simpática risa, me advierte de que, en ese caso, él no se hace responsable de que me despierte o no. Me llevan al dortoir (dormitorio con colchones para unas 20 personas) donde me quito las zapatillas coloco las mantas en los pies para dormir con los pies en alto, programo la alarma del móvil para 20’ y me tumbo.
En medio de un sueño, oigo el despertador. Hace calor en el dortoir y me levanto. Estoy medio atontado, pero respiro hondo, recuerdo qué es lo que estoy haciendo y me calzo las zapatillas. Cojo todas mis cosas y me doy cuenta de que en uno de los colchones hay un señor durmiendo. Como aquí estamos todos en el mismo barco, hago lo posible para no hacer ruido, pero todo mi gozo en un pozo, entran dos italianos hablando en alto y dejando caer los bastones al suelo, etc. En fin, que unos crían la fama y otros el provecho. El pobre hombre que estaba durmiendo se despierta en ese momento y yo aprovecho para colocarme la mochila y salir para avituallarme. Empiezo a caminar y la sensación en las piernas es extraña. Con 20’ de sueño, mi mente se ha reseteado y me siento muy descansado. Como un par de piezas de queso, me despido de Enrique Bertone y me echo al camino para subir la leve rampa que lleva al cruce que me conducirá a uno de los senderos más bonitos que he visto en mi vida. En cuanto el camino empieza a picar levemente cuesta abajo, empiezo a trotar y noto que las piernas van ligerísimas. No dejo de trotar en todo el camino hasta que me topo con las leves rampas que preceden al Rifugio Walter Bonatti. Por el camino, me paro un momento para coger un arándano de los matorrales que bordean el camino y mi mirada se deleita con la visión de los Grandes Jorasses que vigilan nuestros pasos a la izquierda. Llego al Refugio Bonatti y me tomo una sopa con fideos y alubias blancas que me sabe a gloria. Ya ha avanzado un poco la tarde y me apuro en cargar agua en la fuente, repartir otro sobre de sales entre los dos bidones y lanzarme por el sendero para llegar a Arnuva. La siguiente sección del sendero es igualmente rápida, aunque se inicia con una leve subida. Cuando se coge a la izquierda el cruce que conduce a la localidad de Arnuva, el sendero pica para abajo con bastante pendiente y me lanzo como un poseso. Se oye un griterío tremendo en la entrada del avituallamiento y, según me voy acercando, me doy cuenta de que es un grupo de españoles que han venido a apoyar a un club de trail y, de paso, miran en los dorsales de los corredores buscando una bandera que encuentran en el mío y todos se ponen a gritar “Yo soy español, español, español”. Tienen montada una fiesta de aúpa en ese avituallamiento. Entro y me encuentro con la pareja de Salomón Cohen, corredor que ya ha venido varias veces a correr la Transgrancanaria y que me saluda al entrar en el punto de control. Se está haciendo de noche y saco el frontal. Sé que antes de llegar al Refugio Elena, voy a tener que encenderlo. En el punto de Arnuva, como un trozo de pastel, más queso, cargo agua y, esta vez, como sé que toca subir el punto más alto de la carrera, el Grand Col Ferret, de 2537m en plena noche y, probablemente con niebla, cargo un sobre de sales en cada bidón. No quiero deshidratarme por culpa del frío. Eso es algo en lo que poca gente repara. El frío también deshidrata...y mucho, ya que el cuerpo gasta más energía para producir calor. Cuando salgo de Arnuva, se me une Salomón y empezamos juntos el ascenso al Elena. Las rampas que conducen a ese refugio son realmente duras, aunque cortas, y estrechas. Han llegado a hacer escalones en el barro y notamos cómo la humedad aumenta. En esa zona no ha debido de salir el sol en todo el día porque el suelo está muy húmedo y embarrado.
Llegamos al Refugio Elena y lo rodeamos por detrás atravesando un alpage. En ese momento, prefiero no pensar en la cantidad de excrementos de vaca por los que estamos pasando porque, para ser sinceros, a esas alturas de carrera, después de barro, hielo y nieve, no nos vamos a andar con milongas. Nos unimos a un grupo que sube a un ritmo cómodo y empezamos a subir el zigzag del Gran Col Ferret.
La ascensión no es, en sí, demasiado dura. Es una sucesión de rampas de variado porcentaje, pero el cansancio y el aumento de altura, unido a lo mojado del suelo, dificultan la subida. A medida que se sube, la pendiente aumenta y el andar se hace más lento. Lo bueno de este col es que, en medio de esas rampas, hay un descanso que sirve como referencia. Después, otras rampas fuertes y, al final, a unos 100 metros de la cima, la pendiente se suaviza muchísimo e incluso se podría trotar (quien pueda, claro. Yo, no). Casi no nos hemos dado cuenta, pero nos hemos metido en medio de una niebla muy espesa y, de repente, aparece a nuestro lado la caseta iglú amarilla de The North Face® iluminada por dentro. Nos controlan los chips y en entramos en Suiza.
El descenso es complicado por la niebla. Vamos todos juntos apuntando a todos lados con los frontales para buscar un reflectante y vemos uno en la lejanía, a por él. Poco después, ya no se ve nada a más de dos metros y el de delante, decide mirar al suelo. Lo bueno que tiene este camino es que, en caso de niebla, si caminas sobre color marrón, estás en el camino y, si lo haces sobre color verde, te has equivocado. Por ello, ese chico apunta con el frontal al suelo mientras que los demás le seguimos buscando con los nuestros otros reflectantes. Aquí echamos de menos la densidad de señalización que sí hemos tenido en otras zonas del camino.
A medida que descendemos, la niebla se va disipando y nuestra velocidad aumenta. Pasamos por delante de La Peule y allí, dos voluntarios nos indican el camino, seguimos por un terreno resbaladizo y húmedo hacia las lomas de la izquierda que nos llevan ascendiendo hacia el desfiladero provisto de cadenas que precede la bajada a Ferret. Al llegar allí, cruzamos el río y la carretera, un grupo de vecinos nos anima y empezamos el ascenso por el sendero que lleva a La Fouly.
En el ascenso, Salomón, que va delante de mí, tiene que ayudar a un chico alemán que no para de resbalarse y que a punto ha estado de caer por toda la loma. Salomón le grita, agarrándole por los hombros, “tú mira al suelo, no mires hacia arriba o te caerás, tú mira al suelo”, jajajaja. El chico alemán se para y le adelanto. Llegamos a la pista de tierra y nos lanzamos corriendo por el sendero para llegar lo antes posible al avituallamiento de La Fouly. Parece mentira que nos hayamos quitado 15 kilómetros, pero es lo que tiene la noche si te sientes cómodo: avanzas rapidísimo. Llegamos a La Fouly en medio de una ovación popular. Hay mucha gente esperándonos y animándonos. Yo les grito “bon soire, La Fouly” y todos me responden “Merci, bon soire et bon courage”. Esta gente es genial, es de madrugada y hace un frío que pone los pelos de punta. Ha vuelto a bajar la temperatura. Allí, cargamos los bidones, pasamos por el control de chips y entramos al avituallamiento. Allí, Salomón y yo decidimos comer bien y seguir juntos para llegar a Champex Lac antes de que amanezca.

UTMB'11 Ep.5 De la Arista Mont Favre a Courmayeur - Vuelta a la calma

Desde que dejo atrás el Lago Combal y me acerco al inicio del sendero que asciende hasta la Arista Mont Favre, como bastante y bebo mucho agua con sales. Durante el Tour du Mont Blanc, esta subida se nos atragantó un poco y me preparo. Subo a buen ritmo y la temperatura empieza a subir. Al principio, subo solo, pero poco a poco me voy acercando a un grupito que asciende algo más despacio. Estoy deseando llegar a Courmayeur y sé que sólo me queda llegar a la Arista y bajar atravesando Col Checruit. Echo un vistazo arriba y veo perfectamente las dos cabinas transparentes de la organización en el final de la ascensión. La subida a la Arista del Mont Favre no reviste especial dificultad, el firme está muy bien y las vistas sobre el Vall d’Aosta son preciosas. Al llegar arriba, me pasan la máquina por el chip y me imagino que a Sarito le ha llegado el mensaje sms diciéndole dónde estoy. En la bajada, me lanzo hacia un grupito que veo más adelante y, poco después de la zona de las marmotas, justo antes de que el descenso de incline más en la entrada del Refugio Maison Vieille, les alcanzo. Entro en el refugio y me paro un momento a hablar con Giacomo, el dueño, un tipo singular y afable al que conoce todo el TMB y que se acordaba de mí, por haber estado alojados allí una semana antes. Me bebo un vasito de cola, cojo un trozo de queso y me lanzo al súper descenso hacia Courmayeur.
La bajada es muy técnica, rápida, muy rápida, pero que exige mucha atención y buenos reflejos. Me uno en el descenso a un alemán que, en principio, baja a la misma velocidad que yo. Durante la bajada, adelantamos a varios corredores y, en una curva, un señor me da ánimos “bravo, bravo, bon courage”, le respondo “merci” y me responde “merci a vous pour sourire” (gracias a ti por sonreir). Increíble ¡La de cosas que vive uno en una carrera de estas!
En una zona más rápida del descenso, me alejo de mi compañía germana y sólo pienso en reencontrarme con Saro. Al llegar al parque infantil de Courmayeur, llamo a Sarito par decirle dónde estoy y ella me dice que me está esperando. Cruzo las empedradas calles de la parte vieja de la ciudad y llego al Centro Deportivo Dolonne, donde me esperan Sarito y mi bolsa con el cambio de ropa. Afortunadamente, en la localidad italiana hace calor y recuperamos temperatura. Según voy llegando, un miembro de la organización mira mi dorsal y rápidamente, grita mi número para que otro miembro de la organización busque la mía entre los miles de bolsas que tienen allí. Cojo mi bolsa, saludo a Sarito y me meto en el pabellón para cambiarme la camiseta, el maillot y las medias.
Aquello parece un hospital de campaña multicultural, se oye “parlar” catalán, alemán, inglés, americano, francés, italiano, español...de todo. Paso bastante tiempo cambiándome, aprovecho que en la bolsa metí una toalla técnica y me seco el sudor, seco las zapatillas por dentro y, como para entonces ya andaba yo “sollado” (con rozaduras en la zona de las ingles) valoro el no cambiarme las licras porque no quiero ver el desastre que debo tener ahí abajo. Simplemente, meto las manos en la licra, tiro de los ForQuad® hacia arriba, me ajusto bien la licra y meto la ropa usada en la bolsa. Rebusco y encuentro las barritas y las sales y las meto en la mochila. Busco las pilas nuevas y se las pongo al LedLenser®, que me harán mucha falta en la segunda noche, que nos la comeremos enterita. Veo el mp3 en la bolsa, lo miro, pienso y no lo cojo. Nunca me ha gustado correr con música en los oídos. Lo bueno que tienen las carreras por montaña es que la propia carrera tiene su música: los pasos, el sonido de las zapatillas, el agua en los bidones, los pájaros, los chillidos de las marmotas, los ánimos del público, el viento, los grillos, las cigarras…el Ultra Trail del Mont Blanc tiene su banda sonora propia y prefiero quedarme con ese sonido en la memoria. Cierro la bolsa, me levanto y pido un plato de pasta sin salsa que devoro en un minuto. Mientras como, un señor que tengo a mi lado me pregunta “¿Has recibido el sms con el cambio de recorrido?” y mi mente piensa “Errrr….¿Cómo?”, miro el móvil y, efectivamente, ahí está el mensaje: “Info UTMB: cambio de trayecto después Champex, Bovine inaccesible en respuesta a los daños del maltiempo de ayer. Trayecto desviado por Martigny. 170km, 9700D+” Esto significa lo siguiente: al parecer, el tormentón que nos comimos la noche del viernes, dejó muy perjudicado el sendero de Bovine y la organización, nos manda bajar a Martigny, desde donde deberemos subir no sé aún a dónde y aumenta el kilometraje hasta los 170km y el desnivel positivo acumulado en 200m hasta elevarlo a los 9700. Pues vale, qué le vamos a hacer, a moverse, que llevo un buen margen horario y quiero dormir 20’ en Bertone. Pido un vaso de sopa y mientras me lo bebo, salgo, me encuentro de nuevo con Sarito que me acompaña unos metros y salgo en un andar cómodo hacia las rampas de Bertone bajo un sol que ya empezaba a calentar…un poco demasiado.

UTMB'11 Ep.4 Col de la Seigne - Los gélidos colmillos del UTMB

Tras salir de Les Chapieux, me encuentro con Eric y su pareja, que gestionan el Auberge de La Nova, donde una semana antes nos habíamos quedado una noche Sarito y yo mientras recorríamos el Tour du Mont Blanc. Me paro a hablar con ellos y me animan. Tras cruzar el puente de madera, me paro en la fuente que hay a la derecha de la carretera para rellenar y repartir otro sobre de sales entre los dos bidones.
Continuamos el camino por asfalto, siempre hacia arriba, en dirección a la Ville des Glaciers, donde giraremos a la derecha para encaminarnos a las rampas en zigzag que conducen a la frontera con Italia. Poco antes de llegar a la Ville des Glaciers, vemos a un chico que viene caminando en dirección contraria y nos dice a todos “¡Orage de neige dans La Seigne!” Traducción: “Tormenta de nieve en La Seigne!”, tras lo cual, miro al señor que me acompañaba y nos decimos “C'est la montagne!” (“La montaña es así”) y seguimos andando. A medida que nos acercábamos a Les Glaciers, mirábamos al cielo y, efectivamente, no tenía muy buena pinta. Sobre el Col de la Seigne se había plantado una nube de un color gris muy oscuro y amenazador. Además, ese Col tiene fama por ser muy ventoso y es la puerta hacia el Vall de Aosta italiano.
Al comenzar la ascensión por unas duras rampas dejando atrás el Refuge de Mottets, y más adelante, entre largos zigzags hasta llegar a un viejo alpage abandonado, empiezan a caer sobre nosotros unas gotas de lluvia que no corren manga abajo, sino que tienden a quedarse pegadas al chubasquero. La temperatura es muy baja y el camino es a veces barrizal, a veces tierra helada muy dura. El ritmo es bueno, aunque se puede sentir la incertidumbre en todos nosotros. La velocidad del viento en este Col aumenta proporcionalmente con la altura y algunas rachas nos traen la tarjeta de visita de lo que tendremos que soportar a 2516m. Un viento racheado, frío, helado, nos empieza a adelantar con algunos copos de nieve que ya cubren el suelo de un manto blanco. El ascenso al Col de La Seigne no reviste mayor dificultad que el desnivel que se salva al principio. Luego, es cuestión de seguir el sendero procurando no perderse porque es una zona que acostumbra a tener mucha niebla y, en días como hoy, con este frío (estamos a unos -2ºC) puede nevar en agosto como es el caso que tenemos. Efectivamente, paso a paso, metro a metro, los copos de nieve van cuajando en el negro suelo embarrado y sobre nuestras mochilas, en los guantes, en los gorros térmicos, en la barba….y cada vez el viento nos trae esa nieve más rápido. Unos dos kilómetros antes de llegar al Col, se arma la ventisca. Todo el viento que entra por el valle de Aosta, cruza la Seigne y se  nos viene encima con un montón de nieve. Tenemos que avanzar lo más rápido posible para salir de allí y llegar de nuevo a cotas más bajas y el barro nos obliga a caminar en ocasiones sobre los bordes del camino, sobre la nieve. Miro hacia detrás y la estampa es espectacular, en medio de una gran nube gris, entre la niebla, veo a otros corredores pegados unos a otros para cobijarse de la nieve, vuelvo a mirar hacia delante y se me mete un copo de nieve por el ojo izquierdo. A mí me ha nevado encima muchas veces, en Glasgow, en Londres, incluso en las cumbres de Gran Canaria, pero nunca en mi vida me había visto en medio de una ventisca, con la nieve volando de lado, metiéndose por los ojos, nariz, boca, colándose por el cuello en algún resquicio del chubasquero y, sinceramente, la sensación producida por un copo de nieve en medio del ojo no es nada agradable ¡Y aún falta más de un kilómetro para llegar arriba!
Soportamos esas inclemencias del tiempo sin perder de vista al que va delante y buscando en el horizonte algo que nos indique dónde está el control de paso del Col. Al cabo de un rato, con la nariz, pómulos, pies y manos congelados por el frío (y eso que en la manos yo llevaba puestos unos guantes térmicos con Gore-Tex® y Thinsulate®) podemos advertir en medio de la niebla una gran caseta de campaña amarilla tipo iglú de The North Face® y dos cabinas transparentes de comunicaciones con dos voluntarios o miembros de la organización dentro, imagino que comunicando cómo eran las condiciones meteorológicas por las que estábamos pasando. ¡Vivan los voluntarios del UTMB! Nosotros “sólo” teníamos que llegar hasta allí, pasar y lanzarnos cuesta abajo para escapar de ese frío y ellos tienen que esperar allí desde el primero hasta el último corredor. Justo antes de pasar el control, uno de los corredores de delante le pide a la voluntaria que le saque una foto. Los demás, nos quedamos quietos unos segundos que parecen horas y notamos cómo en ese corto espacio de tiempo, los gélidos colmillos de La Seigne nos atraviesan. Pasamos el control de chips y nos lanzamos cuesta abajo como posesos para alcanzar lo antes posible, las llanuras de Lac Combal, donde nos espera el siguiente avituallamiento. En la bajada se suceden los resbalones, pero no me caigo, la verdad es que con cada paso que doy, me convenzo más y más de que las LaSportiva® Raptor® son las mejores zapatillas de trail running que me he calzado en toda mi vida. Llegamos a las llanuras anteriores al Refugio Elisabetta y una multitud de usuarios del mismo nos animan y gritan desde la terraza y junto al camino. Empiezo a caminar para reponer fuerzas y me uno a Marco Giacon (dorsal 1855), un italiano muy simpático, calzado también con unas Raptor®, que ya había sido finisher del UTMB en 2009 y que al yo decirle en “itañol” que “voglio essere finisher” me responde “Lo serai, tu serai finisher sempre que la tua testa creda que será finisher. Tutto se qui, en la testa.” (Lo serás, tú serás finisher siempre que tu cabeza crea que serás finisher. Todo está aquí, en la cabeza.” (Lo de Marco tiene guasa: Acabó en el puesto 666 de la general y 222 de su categoría; yo acabé en el 444 de la general. En fin, que si te gustan los números, te sorprenderá.) Grandes palabras que resumen la ley máxima de este deporte. En Les Chapieux (km50) vi abandonar a corredores mucho más fuertes que yo, que aparentemente estaban bien de piernas, pero que, simplemente, sintieron ese “clic” en la cabeza y se convencieron de que no acabarían. Yo, por mi parte, no soy el tipo más fuerte de la tierra (me llamaría Kilian Jornet, en vez de Daniel Quintana), pero llevo un año entero estudiándome esta carrera, un año entero descargándome mapas, vídeos, recorriendo la ruta una y mil veces por el Google Earth, aprendiéndome de memoria el perfil, los avituallamientos, viendo infinidad de vídeos, recorriendo con Sarito la ruta entera del UTMB en ocho días como reconocimiento del terreno en persona para aprenderme de memoria las piedras, los troncos, las raíces, los cruces y, sobre todo, visualizando mentalmente cómo sería mi entrada en meta. Si quieres llegar a la meta, tienes que verlo claramente en la cabeza y que esa imagen permanezca contigo durante todo el camino. No visualices la meta, visualiza tu entrada en meta y más tarde o más temprano, te verás cruzando esa línea. Mientras tanto, hay que seguir caminando y trotando. Llego al llano de Lac Combal y entro en el control y avituallamiento. Como, cargo agua y sigo mi camino hacia la arista Mont Favre. Aquí una muestra de un chico español que llegó al Col de la Seigne en medio de la nevada (en la imagen no se aprecia del todo la velocidad del viento ni la cantidad de nieve que nos cayó en ese sitio).


UTMB'11 Ep.3 Amanecer Alpino – El Col du Bonhomme

A medida que dejamos atrás Notre Dame de la Gorge y su puente romano, continuamos ascendiendo en dirección al punto de control y avituallamiento del Refugio La Balme. Al inicio, provisto de una fuerte pendiente, a medida que continuamos, se suaviza la rampa y reconozco el terreno, sé que cerca, a la izquierda, encontraré una bonita fuente de madera donde podré rellenar los bidones y repartir entre ellos un sobre de sales. El siguiente avituallamiento será en Les Chapieux y aún queda una buena kilometrada de ascenso y descenso. Después de realizar la operación de los bidones, reanudo el paso apretando un poco para no perder coba y me encuentro un guante nuevísimo en el suelo y, delante de mi, un corredor busca y rebusca algo en la parte trasera de la mochila, me acerco a él y le pregunto (en inglés) “¿Estás buscando un guante?” – “Sí”, me responde, - “Pues lo he visto a 15 metros más atrás” Como un poseso se lanzó en dirección contraria para buscarlo (e hizo bien, teniendo en cuenta lo que nos esperaba más adelante). Enseguida llego al control de La Balme, como unas piezas de queso, una barrita de cereales, me bebo una taza de sopa y sigo ascendiendo hacia el Col.
El ascenso, que con los mochilones de 12kg me había parecido un largo infierno, ya no me parecía que tuviera tanta dificultad. Decidí dividir mentalmente la ascensión en trozos: primero, hasta el poste de alta tensión, porque después hay una zona llana muy cómoda, después la rampa serpenteando entre plantas hasta el Túmulo de la Señora y, ya con el Col a la vista, el resto de la ascensión hasta arriba. Durante el ascenso hasta La Balme, miré varias veces hacia atrás y pude ver esa luz púrpura-anaranjada del Sol comenzando a acercarse al horizonte. Es maravilloso contemplar un amanecer en medio de esa inmensidad granítica. Se hizo completamente de día a la altura del Túmulo y me puse a hablar con Miguel, un chico de Castellón que subía bastante bien. En ese momento, nos dimos cuenta de que todas las paredes rocosas de la zona estaban totalmente nevadas y que la temperatura descendía en la misma proporción en que nosotros ascendíamos. Subíamos por el sendero embarrado y picábamos los bastones sobre la nieve, era una situación en la que nunca me había visto en carrera, caminando sobre nieve y aún no habíamos llegado arriba del todo. Era precioso. Caminar por una montaña llena de nieve en pleno amanecer es un espectáculo digno de ver.
Al llegar al Col, me sentí aliviado. Miré hacia detrás y vi la inmensa fila multicolor que aún venía por detrás y luego saludé a los miembros de la Gendarmerie de Montagne que habían montado un puesto para velar por nuestra seguridad a esas alturas. ¡Qué bien organizado lo tienen todo los del UTMB®! Ya me había quitado de encima dos picos de los nueve de la carrera y, encima, me había quitado el más largo. Bueno, en realidad no me lo había quitado del todo, porque aún quedaba seguir ascendiendo, con una pendiente mucho más suave, hasta el Col de la Croix de Bonhomme. A lo largo de todo el camino, tuve que ir con mil ojos. No sólo tenía que pisar con cuidado la roca helada, sino que el tipo de delante, un italiano de cierta envergadura, caminaba con los bastones apuntando hacia detrás, es decir, hacia mi, demostrando que nunca nadie le ha dicho que las puntas de los bastones, si éstos no se están usando, deben apuntar hacia delante. En un momento, picó en una piedra y su bastón derecho resbaló hacia detrás y me pasó rozando. Le dí un buen grito pero pasó de mí como de la mie**a. Pensé “Como vuelva a hacerlo, le pongo mis bastones en la espalda y, si se gira, le diré que yo llevo media hora sintiendo lo mismo”. En fin, pelillos a la mar. Justo en ese momento, el aire empieza a temblar y, de la nada, desde el Col de la Croix de Bonhomme, aparece volando bajísimo, un helicóptero con la cámara en uno de sus patines, la sensación fue difícil de describir. Era como las emisiones de televisión de deportes de élite y yo lo estaba viviendo desde dentro, levantamos los brazos al paso del helicóptero para saludar y éste siguió sobrevolando más atrás a todo el grupo. Cuando pude ver el vídeo, no me reconozco, pero sé que uno de esos con chubasquero azul que saludan, soy yo. Llegamos al Refugio de la Croix de Bonhomme y me sorprendo al ver a un miembro de la Federación Francesa de Alpinismo con dos bengalas asistiendo el aterrizaje de otro helicóptero, este de rescate, para evacuar a alguien. Prefiero no pararme y me lanzo cuesta abajo para llegar lo antes posible al Auberge de La Nova, siguiente avituallamiento y control. Es descenso sobre barro helado y nieve es espectacular, rapidísimo, un grupito atajamos varias veces, casi al lado del vértice de las curvas, porque intentarlo por las partes más rectas es una temeridad tal como está el suelo. Me imagino al grupo de cabeza, Kilian, Iker, Miguel, Seb, Antoine, Csaba, bajando a toda máquina por allí, de noche y con la nieve recién caída. Echo a un vistazo a mi alrededor y observo la inmensidad de las montañas con las sábanas blancas de la nieve cubriendo su sueño.
Bajo mis pies empieza a aparecer cada vez más hierba y llegamos a los Chalets de La Raja, cruzamos el puente de piedra y bajamos a toda velocidad por una pendiente pronunciada para entrar en Les Chapieux. Como soy bajito, paticorto y tengo el centro de gravedad más bajo, desciendo bastante rápido y en ese último descenso mis piernas se mueven endiabladamente rápido causando la admiración de varias personas que había animándonos; uno de ellos me dice “You really feel like home in the mountains, mate!” Que viene a ser algo así como “Te mueves como Pedro por su casa en las montañas, tío”. Le doy las gracias sonriendo, paso entre dos árboles, piso el asfalto de Les Chapieux y giro a la derecha para meterme en el avituallamiento. Allí, relleno los bidones, como algo, bebo sopa y, al salir me encuentro con un control de material. En el vídeo, a partir del minuto 01:00 se me puede ver en el momento de pasar por esa revisión. Primero comprobaban que todos lleváramos el móvil con el roaming activado y, después buscaban la tira roja que nos habían puesto en la revisión de material el día de la entrega de dorsales. Como a mí, la tira la pusieron en el asa superior, la voluntaria no lo encontraba hasta que levantó la capucha de mi chubasquero y me dejó seguir en dirección al segundo montruo, el Col de la Seigne.

UTMB'11 Ep.2 Col de Voza (Le Dèlevret) - Empieza la fiesta

El reloj marcaba la media noche y entrábamos en Les Houches para ascender por la pista de tierra en dirección a Le Delevret, previo paso por el Col de Voza. Me salto el primer avituallamiento de Les Houches porque es el kilómetro 8 y los grancanarios estamos acostumbrados a tener el primer refresco en el PK20. En ese momento, Chencho y yo escuchamos detrás de nosotros la voz de Tolo, lo cual nos alegra mucho ya que tres cabras suben mejor que dos y Tolo es un tipo muy experimentado. La carrera de verdad acaba de empezar y se nota. Todo el mundo sube muy agrupado, pero a buen ritmo. Aquí empezamos a ver cómo es la gente de Alta Saboya. A un lado de la carretera, una familia nos ofrece agua y una chica sostiene un gran recipiente gritando “Haribo, haribo”. Evidentemente, más de uno se fue de cabeza hacia ese recipiente con ositos de goma. No deja de llover, hace mucho frío y toda la gente que vive por la zona se ha acercado a la carretera para animarnos. La pista de tierra continúa su ascenso y la pendiente aumenta; entramos en la zona de las pistas de esquí. Mirando las zapatillas del tipo que tengo delante y sin perder de vista a Chencho, pasamos al lado de La Ferme, una cafetería con unas vistas tremendas del valle de Chamonix donde hace una semana Sarito y yo habíamos disfrutado de un delicioso bocadillo y de un refresco con la amable compañía del dueño, Jean. Casi no me puedo creer estar ya aquí arriba. Le digo a Chencho que estamos muy cerca del Col de Voza, aunque las luces que van por delante no nos muestran, precisamente, lo mismo. Poco después, Entre la niebla notamos que la pendiente suaviza un poco y se advierten unas construcciones a la izquierda. Llegamos hasta el cruce y la pendiente vuelve a endurecerse. Le digo a Chencho “Cuando empecemos a bajar, después de cruzar unas vías de un tren cremallera, llegaremos a una curva muy fuerte de derechas junto a unas casas; ahí hay un chorro de agua potable donde puedes rellenar los bidones o el camel y te ahorras la cola de Saint Gervais”. Desde luego, no hay nada como patearse de día y con tranquilidad todo el recorrido antes de la carrera. Por delante, las luces de los corredores más adelantados se ven horizontales y eso me indica que han llegado a La Charme, donde empieza el endiablado descenso por las pistas de esquí hacia Saint Gervais.
El camino está lleno de charcos, sigue lloviendo aunque de una manera más suave y comienza la bajada. Aquí es donde por primera vez probaré la eficacia de mis LaSportiva® Raptor® en bajadas húmedas.
El descenso se convierte en una competición de esquí. Los franceses equipados con sus Hokas® empiezan a resbalar en el barro y la hierba de las pistas, el sendero se inclina aún más hacia abajo y la situación se vuelve incluso peligrosa. Los que tenemos bastones debemos usarlos para frenarnos porque el barro hace resbalar a todo el mundo. Yo mismo, me deslizo hasta topar con la espalda de un tipo y le pido perdón. De todos modos, él había llegado hasta ese punto deslizando por el mismo sitio por el que me había resbalado yo, así que entendió el leve encontronazo. Peor suerte corrió un francés que no llevaba bastones y al que vimos resbalar a nuestra izquierda. Decidió adelantar por la hierba, resbaló y bajó toda la ladera intentando frenarse o agarrarse a algo, sin conseguirlo. Terminó el resbalón unos 30m más abajo, cuando la pendiente volvió a remontar un poco. De no haber sido así, hubiera terminado en medio del bosque. Otros más avispados y experimentados, usaban sus bastones como freno y, como si fueran gondoleros de Venecia, iban deslizando suavemente, controlando todo el descenso y adelantando a la peña como si llevaran toda la vida bajando por cuestas embarradas. ¡Está claro que eso es algo que también hay que entrenar!
Así, poco después pasamos entre unas casas en las que un grupo de ancianos (por favor, que ya ha pasado la media noche, está lloviendo y hace frío, señores!) nos animan y gritan “Bravo, bon courage!”. Cruzamos las vías del tren cremallera y voy soltando los cierres de soporte de los bidones de la mochila (llevo una Salomon® XA-Pro 15, la que tiene los dos bidones por delante, aunque tras el UTMB® me llama mucho la atención la Raidlight® Olmo, lo valoraré) porque sé que nos acercamos a Motivon, donde está la fuente que le había indicado antes a Chencho. Al llegar allí, dos corredores se limpian el barro de los tobillos y zapatillas y yo paro a rellenar los bidones, lo cual me ahorrará una cola en Saint Gervais, donde tengo previsto parar sólo para meter un sobre de Recuperat-Ion en cada bidón y beber una taza de sopa. Efectivamente, poco después nos adentramos por las calles de Saint Gervais y llegamos al avituallamiento oyendo como el “speaker” va diciendo en alto nuestros nombres. Es madrugada y el pueblo está lleno de gente, entro en el control, me paro a meter los sobres de sales, saco la taza para que me sirvan sopa y salgo del control porque el frío me recuerda al avituallamiento de Tunte en la Trans. En la bajada perdí a Chencho y a Tolo y ya no los vería de nuevo en carrera. Me encuentro con la guagua (autobús) de los acompañantes que siguen la carrera y pienso en Sarito, que me esperará en Courmayeur “Uff, aún queda un mundo para entrar en Italia!” Me adentro por el sendero que va hacia Les Contamines y veo a Goyo y a Paco, que van como tiros y les informo del perfil a partir de ahora “Zona con varios cambios de desnivel, pero combinadas con otras por las que se puede correr, siempre tendiendo hacia arriba hasta Les Contamines, ah, justo antes de entrar al avituallamiento de allí, a la izquierda de la carretera hay una ermita con una fuente de agua potable, para que se ahorren la cola en Contamines”. Se van para delante como dos tiros, “¡Qué fuertes están estos dos!” Sigo caminando y trotando, le meto un buen mordisco a la barrita energética y me dirijo por el sendero hacia Les Contamines. Cruzamos varios puentes de madera, entramos en zona de asfalto y por unas pistas de tierra. El camino serpentea entre árboles y se oye el rugir del agua que baja por el río a unos metros de nosotros, llegamos a una corta, pero intensa ascensión en zigzag por un bosque y cruzamos un par de carreteras, el sendero continúa y en el descenso, trotando, me resbalo, caigo con la rodilla derecha y siento un dolor brutal, me levanto rápido, como siempre, e intento seguir trotando, como siempre, mi rodilla se bloquea como nunca. Arrgh! Qué dolor!!! Ufff, - pienso – a ver si se va a acabar la carrera aquí. Un francés se preocupa por mi estado y me pregunta si todo va bien. Le digo que creo que sí, pero que duele mucho. Me echo a andar y compruebo que, al menos, la rodilla funciona. Le digo que de momento todo va bien, me dice “bon courage” y sigue su trote. Sigo andando para calentar la rodilla hasta que va desapareciendo el dolor y, al poco, ya puedo volver a trotar, lo cual planta una sonrisa de oreja a oreja en mi cara. Llegamos a la casa natal del descubridor de Neptuno y ya sé que estamos en las puertas de Les Contamines. Como los meteorólogos habían previsto, deja de llover y se empiezan a ver estrellas en el cielo. Sólo queda un sendero llano junto al río, una ascensión y la calle principal de la localidad para llegar al avituallamiento y dirigirnos hacia Notre Dame de la Gorge, paso previo a la ascensión del primer monstruo de la carrera, el Col du Bonhomme (2443m). Después de la noche que hemos pasado, con la lluvia y, sobre todo, el frío, ¿Qué encontraremos a 2500m de altitud?
Más o menos, lo que se ve en el vídeo.

UTMB'11 Ep.1 La Salida - La Conquista del Paraíso

La salida del Ultra Trail du Mont Blanc siempre ha sido un evento muy populoso, corredores guardando posiciones desde 2 horas antes, gentío, fotógrafos, televisión, el público esperando la aparición de los "pros", etc. Este año, no. Desde que Sarito y yo salimos del apartamento, ya nos dábamos cuenta de que este año, la salida iba a tener una apariencia mucho más.."deslucida". Efectivamente, a menos de una hora de las 23:30, aún quedaban huecos en la primera fila de los "amateurs", separados por una valla de la zona reservada para los "pros" y finishers top-30 del año anterior. Ni la lluvia ni las temperaturas dejaban de caer. Hacía mucho frío y de cuando en cuando, caía un palo de agua considerable. Caras de nerviosismo en los corredores y en el público, ultrarunners que iban apareciendo a cuentagotas y un nudo interno junto a la boca del estómago que nos obligaba a pensar: "Uff, la que nos espera!". Mucho chubasquero, mucha bolsa de basura al revés, mucho frío. Como quien no quiere la cosa, la Place de l'Eglise se empezó a llenar y llegó Chencho con su hijo. Sarito y yo estábamos sentados bajo el toldo de la cafetería Le Chamonix junto a Quim Farrero, de la revista Trail® y su familia, hasta que Quim tuvo que despedirse de ellos porque claro, él había venido a trabajar y tenía que ir a la línea de salida. Cuando sólo faltaban 10 minutos para la salida, decido salir de debajo del toldo de la cafetería del Hôtel Le Chamonix y cobijarme junto a otros corredores y junto a Chencho bajo un balcón, junto al cajero del Caisse d'Eparne. La preocupación de todos era saber si entre ese tumulto que teníamos delante, había una valla o el camino estaba despejado, porque, a esa hora, ya había 2300 corredores en la zona de salida.
Empieza a sonar "Singing in the rain" y por las pantallas, vemos a Catherine Poletti, bailando junto a otros miembros de la organización con el paraguas en la mano. Ella sí que sabe pasárselo bien! Y nosotros mirando al cielo. Justo antes de dar la salida, la señora Poletti nos lee la previsión meteorológica: "Previsión de perturbación tormentosa en toda la zona del Mont Blanc y valle de Chamonix; corredores, haced uso del material obligatorio (para entonces casi todos lo llevábamos ya puesto, porque el frío era de aúpa y la lluvia seguía cayendo), recordad que vuestra seguridad en la alta montaña dependerá de la calidad de lo que hayáis metido en vuestras mochilas; encontrareís mucha lluvia, encontraréis frío, encontraréis nieve; tened cuidado, disfrutad todo lo que podais de la carrera, respetad la naturaleza, respetad a los voluntarios (¿Cómo no vamos a respetar a un grupo de personas que no cobra un duro y que están esperándonos a 2500m de altura en el Col de la Seigne con este temporal?), respetad al resto de corredores (idem de lo anterior) y volved a Chamonix habiendo vivido una maravillosa aventura". Qué bonitas palabras. Qué frío, caray! Y entonces...llega el momento que nos pone el vello de punta a todos: Empieza a sonar en los altavoces "Conquest of Paradise" de Vangelis y vivo un momento sobrecogedor. Todos los corredores que me rodean comienzan, como si de un rito se tratara, como un karma, a murmurar la canción. Cuando casi 2000 personas apelotonadas en una línea de salida (tan juntos unos de otros, que hasta se nos quita el frío) murmuran la misma canción que todos llevábamos años deseando escuchar en esa situación y en ese sitio, nos olvidamos de la lluvia, del frío....de todo. Esa canción es como la luz ambar de un semáforo inglés. Es el sonido que inyecta adrenalina por todo tu cuerpo, enciende tus músculos y te obliga a pensar "Ya está, no hay marcha atrás, se va a dar la salida del Ultra Trail del Mont Blanc, yo estoy aquí y hemos venido a correr". 10, 9, "Mucha suerte, Dani"-me dice Chencho- 8, 7, "Igual, Chencho"-le digo- 6, 5, 4, 3, 2, 1 y un griterío abrumador nos sobrecoge. Todo Chamonix ha ido saliendo de sus casas poco a poco y, entre la lluvia, ha ido ocupando posiciones en los márgenes de la calle Doctor Paccard. Como Chencho y yo estamos en unas posiciones de salida algo retrasadas, tardamos aún un poco en cruzar la línea de salida. Miramos al margen izquierdo para ver si podemos identificar a la familia entre tanta gente. Chencho consigue ver a su hijo, pero yo no puedo ver a Sarito. Hay demasiada gente y no soy precisamente el más alto de por allí. En mi espalda siento una mano de la misma manera que yo le pongo la mano en la espalda al de delante, no podemos perder de vista el suelo durante mucho tiempo porque toda la salida está llena de trampas: aceras, huecos de bolardos que han retirado para que nosotros pudiéramos pasar, charcos, etc. El hueco por delante se abre un poco y nos echamos a trotar. Al ambiente en una carrera de estas es incomparable. Si cada uno de nosotros ha venido con uno o dos acompañantes como mínimo, junto con los que han venido sencillamente a ver el UTMB como gran evento deportivo de verano (Ah, pero que estamos en verano? Caray, soy canario y esto para mí no es verano, qué frío.), la población de Chamonix aumenta en casi 50.000 personas durante ese fin de semana y parecía que toda esa gente estaba en la Rue du Docteur Paccard. Todo el mundo aplaudiendo, gritando "Bravo", "Allez, allez", "Bon courage". Se te ponen los pelos de punta. En esto, Chencho y yo nos giramos porque notamos por el rabillo del ojo unas caras familiares: Fer y Carlos Díaz-Recio están entre el público junto a la fuente de La Poste y nos animan. ¡Qué buenas vibraciones! Seguimos corriendo por la avenida y poco a poco nos acercamos a la entrada del sendero que nos conduciría a Les Houches.


domingo, 4 de septiembre de 2011

The North Face® Ultra Trail du Mont Blanc® 2011 - La épica de los elementos

Hace algunos días que hemos regresado de Chamonix y aún sigo ordenando mis ideas. De todos modos, creo que lo mejor es empezar poco a poco e ir ordenando las cosas a medida que vayan saliendo de mi memoria.

El título de esta entrada tiene mucho que ver con las condiciones meteorológicas a las que tuvimos que enfrentarnos y con lo que todo ello, unido a las propias características de la carrera, convirtieron esta edición de 2011 en la más épica de las que han tenido lugar hasta la fecha (así lo dice la propia organización, los periódicos locales de Chamonix y Saboya y los propios corredores veteranos de la prueba).

Días previos
Durante la semana anterior a la carrera, Sarito y yo habíamos recorrido el trazado del UTMB® durante 8 días, con mochilas de entre 10 y 12kg a la espalda, con las botas de senderismo en nuestra versión particular del Tour du Mont Blanc (GR5). En esos 8 días, gozamos de un tiempo espectacular, con días soleados y mucho calor (entre 29º y 36º), salvo en el penúltimo día, (Champex Lac-Vallorcine) en el que las predicciones meteorológicas anunciaban la llegada de una señora cuyo nombre no pararíamos de oír en los días posteriores "orage". La tal "señora" orage no es otra cosa que una tormenta. Claro, en Gran Canaria, hablas de tormenta y piensas que tampoco es para tanto, pero es que en esas montañas, cuando ves la pinta que tienen las nubes, a 2000m de altura y los sonidos que producen.....uff, miras hacia arriba y la visión se tuerce aún más porque los Alpes son montañas geológicamente "nuevas" y los desprendimientos son muy comunes. Esas condiciones meteorológicas fueron evolucionando durante la semana del UTMB® hasta obligar a la organización a tomar medidas preventivas, a mi entender, muy eficaces. No falló un sólo día de entrega de dorsales, revisión de material, presentaciones oficiales de equipos en las diferentes tiendas de Chamonix, etc., todos los días caía un palo de agua a la misma hora, precedido siempre de unos cuantos truenos y rayos: entre las 16:30 y las 18:00.

El día de la carrera
El viernes 26 de agosto de 2011 amaneció en Chamonix como un día claro de sol, por ello, la llamada telefónica de Tolo (Antonio Artiles) nos sorprendió "Dani, que me ha dicho Chencho, que han retrasado la salida del Ultra cinco horas, hasta las 23:30 de la noche." Después de echarle un vistazo al móvil y comprobar que la organización no me había mandado ningún sms avisándome de tal cambio, Sarito y yo desayunamos y salimos calle abajo en dirección a la Place de l'Eglise o Triangle de l'Amitie para comprobar la veracidad de esa información en el stand que la organización tenía allí preparado. Sorpresa! Sí, efectivamente, la salida quedaba retrasada hasta las 23:30 de la noche lo cual, para mí, tuvo un sabor dulce. Pensé "Bien, será como una salida de la Trans, a media noche, menos horas de noche, menos gasto de pilas, genial!". Al parecer, el equipo de meteorología de la organización había previsto que un frente frío tormentoso pasara por Chamonix durante la noche y que, de hecho, los corredores tendríamos que enfrentarnos a la fuerte lluvia durante el primer col (Col de Voza), pero que dicho frente tormentoso ya habría dejado los cielos despejados para cuando tuviéramos que enfrentarnos a los dos 2500m de Bonhomme y La Seigne.

A partir de aquí, os facilito las cosas y os doy dos opciones:
.- Seguir leyendo esta entrada. Aviso: Es un ladrillazo! (aunque va por orden cronológico)
.- Picar en los siguientes enlaces e ir leyendo entrada por entrada, que he numerado como "Ep.:

Ep. 1 Salida
Ep. 2 Col de Voza
Ep. 3 Col du Bonhomme
Ep. 4 Col de la Seigne
Ep. 5 Courmayeur
Ep. 6 Rif. Bertone a La Fouly
Ep. 7 Champex Lac
Ep. 8 Trient, Catogne y Vallorcine
Ep. 9 Argentiere-Chamonix
Ep. 10 La Meta

La Salida - La Conquista del Paraíso
La salida del Ultra Trail du Mont Blanc siempre ha sido un evento muy populoso, corredores guardando posiciones desde 2 horas antes, gentío, fotógrafos, televisión, el público esperando la aparición de los "pros", etc. Este año, no. Desde que Sarito y yo salimos del apartamento, ya nos dábamos cuenta de que este año, la salida iba a tener una apariencia mucho más.."deslucida". Efectivamente, a menos de una hora de las 23:30, aún quedaban huecos en la primera fila de los "amateurs", separados por una valla de la zona reservada para los "pros" y finishers top-30 del año anterior. Ni la lluvia ni las temperaturas dejaban de caer. Hacía mucho frío y de cuando en cuando, caía un palo de agua considerable. Caras de nerviosismo en los corredores y en el público, ultrarunners que iban apareciendo a cuentagotas y un nudo interno junto a la boca del estómago que nos obligaba a pensar: "Uff, la que nos espera!". Mucho chubasquero, mucha bolsa de basura al revés, mucho frío. Como quien no quiere la cosa, la Place de l'Eglise se empezó a llenar y llegó Chencho con su hijo. Sarito y yo estábamos sentados bajo el toldo de la cafetería Le Chamonix junto a Quim Farrero, de la revista Trail® y su familia, hasta que Quim tuvo que despedirse de ellos porque claro, él había venido a trabajar y tenía que ir a la línea de salida. Cuando sólo faltaban 10 minutos para la salida, decido salir de debajo del toldo de la cafetería del Hôtel Le Chamonix y cobijarme junto a otros corredores y junto a Chencho bajo un balcón, junto al cajero del Caisse d'Eparne. La preocupación de todos era saber si entre ese tumulto que teníamos delante, había una valla o el camino estaba despejado, porque, a esa hora, ya había 2300 corredores en la zona de salida.
Empieza a sonar "Singing in the rain" y por las pantallas, vemos a Catherine Poletti, bailando junto a otros miembros de la organización con el paraguas en la mano. Ella sí que sabe pasárselo bien! Y nosotros mirando al cielo. Justo antes de dar la salida, la señora Poletti nos lee la previsión meteorológica: "Previsión de perturbación tormentosa en toda la zona del Mont Blanc y valle de Chamonix; corredores, haced uso del material obligatorio (para entonces casi todos lo llevábamos ya puesto, porque el frío era de aúpa y la lluvia seguía cayendo), recordad que vuestra seguridad en la alta montaña dependerá de la calidad de lo que hayáis metido en vuestras mochilas; encontrareís mucha lluvia, encontraréis frío, encontraréis nieve; tened cuidado, disfrutad todo lo que podais de la carrera, respetad la naturaleza, respetad a los voluntarios (¿Cómo no vamos a respetar a un grupo de personas que no cobra un duro y que están esperándonos a 2500m de altura en el Col de la Seigne con este temporal?), respetad al resto de corredores (idem de lo anterior) y volved a Chamonix habiendo vivido una maravillosa aventura". Qué bonitas palabras. Qué frío, caray! Y entonces...llega el momento que nos pone el vello de punta a todos: Empieza a sonar en los altavoces "Conquest of Paradise" de Vangelis y vivo un momento sobrecogedor. Todos los corredores que me rodean comienzan, como si de un rito se tratara, como un karma, a murmurar la canción. Cuando casi 2000 personas apelotonadas en una línea de salida (tan juntos unos de otros, que hasta se nos quita el frío) murmuran la misma canción que todos llevábamos años deseando escuchar en esa situación y en ese sitio, nos olvidamos de la lluvia, del frío....de todo. Esa canción es como la luz ambar de un semáforo inglés. Es el sonido que inyecta adrenalina por todo tu cuerpo, enciende tus músculos y te obliga a pensar "Ya está, no hay marcha atrás, se va a dar la salida del Ultra Trail del Mont Blanc, yo estoy aquí y hemos venido a correr". 10, 9, "Mucha suerte, Dani"-me dice Chencho- 8, 7, "Igual, Chencho"-le digo- 6, 5, 4, 3, 2, 1 y un griterío abrumador nos sobrecoge. Todo Chamonix ha ido saliendo de sus casas poco a poco y, entre la lluvia, ha ido ocupando posiciones en los márgenes de la calle Doctor Paccard. Como Chencho y yo estamos en unas posiciones de salida algo retrasadas, tardamos aún un poco en cruzar la línea de salida. Miramos al margen izquierdo para ver si podemos identificar a la familia entre tanta gente. Chencho consigue ver a su hijo, pero yo no puedo ver a Sarito. Hay demasiada gente y no soy precisamente el más alto de por allí. En mi espalda siento una mano de la misma manera que yo le pongo la mano en la espalda al de delante, no podemos perder de vista el suelo durante mucho tiempo porque toda la salida está llena de trampas: aceras, huecos de bolardos que han retirado para que nosotros pudiéramos pasar, charcos, etc. El hueco por delante se abre un poco y nos echamos a trotar. Al ambiente en una carrera de estas es incomparable. Si cada uno de nosotros ha venido con uno o dos acompañantes como mínimo, junto con los que han venido sencillamente a ver el UTMB como gran evento deportivo de verano (Ah, pero que estamos en verano? Caray, soy canario y esto para mí no es verano, qué frío.), la población de Chamonix aumenta en casi 50.000 personas durante ese fin de semana y parecía que toda esa gente estaba en la Rue du Docteur Paccard. Todo el mundo aplaudiendo, gritando "Bravo", "Allez, allez", "Bon courage". Se te ponen los pelos de punta. En esto, Chencho y yo nos giramos porque notamos por el rabillo del ojo unas caras familiares: Fer y Carlos Díaz-Recio están entre el público junto a la fuente de La Poste y nos animan. ¡Qué buenas vibraciones! Seguimos corriendo por la avenida y poco a poco nos acercamos a la entrada del sendero que nos conduciría a Les Houches.

Col de Voza (Le Dèlevret) - Empieza la fiesta
El reloj marcaba la media noche y entrábamos en Les Houches para ascender por la pista de tierra en dirección a Le Delevret, previo paso por el Col de Voza. Me salto el primer avituallamiento de Les Houches porque es el kilómetro 8 y los grancanarios estamos acostumbrados a tener el primer refresco en el PK20. En ese momento, Chencho y yo escuchamos detrás de nosotros la voz de Tolo, lo cual nos alegra mucho ya que tres cabras suben mejor que dos y Tolo es un tipo muy experimentado. La carrera de verdad acaba de empezar y se nota. Todo el mundo sube muy agrupado, pero a buen ritmo. Aquí empezamos a ver cómo es la gente de Alta Saboya. A un lado de la carretera, una familia nos ofrece agua y una chica sostiene un gran recipiente gritando “Haribo, haribo”. Evidentemente, más de uno se fue de cabeza hacia ese recipiente con ositos de goma. No deja de llover, hace mucho frío y toda la gente que vive por la zona se ha acercado a la carretera para animarnos. La pista de tierra continúa su ascenso y la pendiente aumenta; entramos en la zona de las pistas de esquí. Mirando las zapatillas del tipo que tengo delante y sin perder de vista a Chencho, pasamos al lado de La Ferme, una cafetería con unas vistas tremendas del valle de Chamonix donde hace una semana Sarito y yo habíamos disfrutado de un delicioso bocadillo y de un refresco con la amable compañía del dueño, Jean. Casi no me puedo creer estar ya aquí arriba. Le digo a Chencho que estamos muy cerca del Col de Voza, aunque las luces que van por delante no nos muestran, precisamente, lo mismo. Poco después, Entre la niebla notamos que la pendiente suaviza un poco y se advierten unas construcciones a la izquierda. Llegamos hasta el cruce y la pendiente vuelve a endurecerse. Le digo a Chencho “Cuando empecemos a bajar, después de cruzar unas vías de un tren cremallera, llegaremos a una curva muy fuerte de derechas junto a unas casas; ahí hay un chorro de agua potable donde puedes rellenar los bidones o el camel y te ahorras la cola de Saint Gervais”. Desde luego, no hay nada como patearse de día y con tranquilidad todo el recorrido antes de la carrera. Por delante, las luces de los corredores más adelantados se ven horizontales y eso me indica que han llegado a La Charme, donde empieza el endiablado descenso por las pistas de esquí hacia Saint Gervais.
El camino está lleno de charcos, sigue lloviendo aunque de una manera más suave y comienza la bajada. Aquí es donde por primera vez probaré la eficacia de mis LaSportiva® Raptor® en bajadas húmedas.
El descenso se convierte en una competición de esquí. Los franceses equipados con sus Hokas® empiezan a resbalar en el barro y la hierba de las pistas, el sendero se inclina aún más hacia abajo y la situación se vuelve incluso peligrosa. Los que tenemos bastones debemos usarlos para frenarnos porque el barro hace resbalar a todo el mundo. Yo mismo, me deslizo hasta topar con la espalda de un tipo y le pido perdón. De todos modos, él había llegado hasta ese punto deslizando por el mismo sitio por el que me había resbalado yo, así que entendió el leve encontronazo. Peor suerte corrió un francés que no llevaba bastones y al que vimos resbalar a nuestra izquierda. Decidió adelantar por la hierba, resbaló y bajó toda la ladera intentando frenarse o agarrarse a algo, sin conseguirlo. Terminó el resbalón unos 30m más abajo, cuando la pendiente volvió a remontar un poco. De no haber sido así, hubiera terminado en medio del bosque. Otros más avispados y experimentados, usaban sus bastones como freno y, como si fueran gondoleros de Venecia, iban deslizando suavemente, controlando todo el descenso y adelantando a la peña como si llevaran toda la vida bajando por cuestas embarradas. ¡Está claro que eso es algo que también hay que entrenar!
Así, poco después pasamos entre unas casas en las que un grupo de ancianos (por favor, que ya ha pasado la media noche, está lloviendo y hace frío, señores!) nos animan y gritan “Bravo, bon courage!”. Cruzamos las vías del tren cremallera y voy soltando los cierres de soporte de los bidones de la mochila (llevo una Salomon® XA-Pro 15, la que tiene los dos bidones por delante, aunque tras el UTMB® me llama mucho la atención la Raidlight® Olmo, lo valoraré) porque sé que nos acercamos a Motivon, donde está la fuente que le había indicado antes a Chencho. Al llegar allí, dos corredores se limpian el barro de los tobillos y zapatillas y yo paro a rellenar los bidones, lo cual me ahorrará una cola en Saint Gervais, donde tengo previsto parar sólo para meter un sobre de Recuperat-Ion en cada bidón y beber una taza de sopa. Efectivamente, poco después nos adentramos por las calles de Saint Gervais y llegamos al avituallamiento oyendo como el “speaker” va diciendo en alto nuestros nombres. Es madrugada y el pueblo está lleno de gente, entro en el control, me paro a meter los sobres de sales, saco la taza para que me sirvan sopa y salgo del control porque el frío me recuerda al avituallamiento de Tunte en la Trans. En la bajada perdí a Chencho y a Tolo y ya no los vería de nuevo en carrera. Me encuentro con la guagua (autobús) de los acompañantes que siguen la carrera y pienso en Sarito, que me esperará en Courmayeur “Uff, aún queda un mundo para entrar en Italia!” Me adentro por el sendero que va hacia Les Contamines y veo a Goyo y a Paco, que van como tiros y les informo del perfil a partir de ahora “Zona con varios cambios de desnivel, pero combinadas con otras por las que se puede correr, siempre tendiendo hacia arriba hasta Les Contamines, ah, justo antes de entrar al avituallamiento de allí, a la izquierda de la carretera hay una ermita con una fuente de agua potable, para que se ahorren la cola en Contamines”. Se van para delante como dos tiros, “¡Qué fuertes están estos dos!” Sigo caminando y trotando, le meto un buen mordisco a la barrita energética y me dirijo por el sendero hacia Les Contamines. Cruzamos varios puentes de madera, entramos en zona de asfalto y por unas pistas de tierra. El camino serpentea entre árboles y se oye el rugir del agua que baja por el río a unos metros de nosotros, llegamos a una corta, pero intensa ascensión en zigzag por un bosque y cruzamos un par de carreteras, el sendero continúa y en el descenso, trotando, me resbalo, caigo con la rodilla derecha y siento un dolor brutal, me levanto rápido, como siempre, e intento seguir trotando, como siempre, mi rodilla se bloquea como nunca. Arrgh! Qué dolor!!! Ufff, - pienso – a ver si se va a acabar la carrera aquí. Un francés se preocupa por mi estado y me pregunta si todo va bien. Le digo que creo que sí, pero que duele mucho. Me echo a andar y compruebo que, al menos, la rodilla funciona. Le digo que de momento todo va bien, me dice “bon courage” y sigue su trote. Sigo andando para calentar la rodilla hasta que va desapareciendo el dolor y, al poco, ya puedo volver a trotar, lo cual planta una sonrisa de oreja a oreja en mi cara. Llegamos a la casa natal del descubridor de Neptuno y ya sé que estamos en las puertas de Les Contamines. Como los meteorólogos habían previsto, deja de llover y se empiezan a ver estrellas en el cielo. Sólo queda un sendero llano junto al río, una ascensión y la calle principal de la localidad para llegar al avituallamiento y dirigirnos hacia Notre Dame de la Gorge, paso previo a la ascensión del primer monstruo de la carrera, el Col du Bonhomme (2443m). Después de la noche que hemos pasado, con la lluvia y, sobre todo, el frío, ¿Qué encontraremos a 2500m de altitud?
Más o menos, lo que se ve en el vídeo.

A medida que dejamos atrás Notre Dame de la Gorge y su puente romano, continuamos ascendiendo en dirección al punto de control y avituallamiento del Refugio La Balme. Al inicio, provisto de una fuerte pendiente, a medida que continuamos, se suaviza la rampa y reconozco el terreno, sé que cerca, a la izquierda, encontraré una bonita fuente de madera donde podré rellenar los bidones y repartir entre ellos un sobre de sales. El siguiente avituallamiento será en Les Chapieux y aún queda una buena kilometrada de ascenso y descenso. Después de realizar la operación de los bidones, reanudo el paso apretando un poco para no perder coba y me encuentro un guante nuevísimo en el suelo y, delante de mi, un corredor busca y rebusca algo en la parte trasera de la mochila, me acerco a él y le pregunto (en inglés) “¿Estás buscando un guante?” – “Sí”, me responde, - “Pues lo he visto a 15 metros más atrás” Como un poseso se lanzó en dirección contraria para buscarlo (e hizo bien, teniendo en cuenta lo que nos esperaba más adelante). Enseguida llego al control de La Balme, como unas piezas de queso, una barrita de cereales, me bebo una taza de sopa y sigo ascendiendo hacia el Col.
El ascenso, que con los mochilones de 12kg me había parecido un largo infierno, ya no me parecía que tuviera tanta dificultad. Decidí dividir mentalmente la ascensión en trozos: primero, hasta el poste de alta tensión, porque después hay una zona llana muy cómoda, después la rampa serpenteando entre plantas hasta el Túmulo de la Señora y, ya con el Col a la vista, el resto de la ascensión hasta arriba. Durante el ascenso hasta La Balme, miré varias veces hacia atrás y pude ver esa luz púrpura-anaranjada del Sol comenzando a acercarse al horizonte. Es maravilloso contemplar un amanecer en medio de esa inmensidad granítica. Se hizo completamente de día a la altura del Túmulo y me puse a hablar con Miguel, un chico de Castellón que subía bastante bien. En ese momento, nos dimos cuenta de que todas las paredes rocosas de la zona estaban totalmente nevadas y que la temperatura descendía en la misma proporción en que nosotros ascendíamos. Subíamos por el sendero embarrado y picábamos los bastones sobre la nieve, era una situación en la que nunca me había visto en carrera, caminando sobre nieve y aún no habíamos llegado arriba del todo. Era precioso. Caminar por una montaña llena de nieve en pleno amanecer es un espectáculo digno de ver.
Al llegar al Col, me sentí aliviado. Miré hacia detrás y vi la inmensa fila multicolor que aún venía por detrás y luego saludé a los miembros de la Gendarmerie de Montagne que habían montado un puesto para velar por nuestra seguridad a esas alturas. ¡Qué bien organizado lo tienen todo los del UTMB®! Ya me había quitado de encima dos picos de los nueve de la carrera y, encima, me había quitado el más largo. Bueno, en realidad no me lo había quitado del todo, porque aún quedaba seguir ascendiendo, con una pendiente mucho más suave, hasta el Col de la Croix de Bonhomme. A lo largo de todo el camino, tuve que ir con mil ojos. No sólo tenía que pisar con cuidado la roca helada, sino que el tipo de delante, un italiano de cierta envergadura, caminaba con los bastones apuntando hacia detrás, es decir, hacia mi, demostrando que nunca nadie le ha dicho que las puntas de los bastones, si éstos no se están usando, deben apuntar hacia delante. En un momento, picó en una piedra y su bastón derecho resbaló hacia detrás y me pasó rozando. Le dí un buen grito pero pasó de mí como de la mie**a. Pensé “Como vuelva a hacerlo, le pongo mis bastones en la espalda y, si se gira, le diré que yo llevo media hora sintiendo lo mismo”. En fin, pelillos a la mar. Justo en ese momento, el aire empieza a temblar y, de la nada, desde el Col de la Croix de Bonhomme, aparece volando bajísimo, un helicóptero con la cámara en uno de sus patines, la sensación fue difícil de describir. Era como las emisiones de televisión de deportes de élite y yo lo estaba viviendo desde dentro, levantamos los brazos al paso del helicóptero para saludar y éste siguió sobrevolando más atrás a todo el grupo. Cuando pude ver el vídeo, no me reconozco, pero sé que uno de esos con chubasquero azul que saludan, soy yo. Llegamos al Refugio de la Croix de Bonhomme y me sorprendo al ver a un miembro de la Federación Francesa de Alpinismo con dos bengalas asistiendo el aterrizaje de otro helicóptero, este de rescate, para evacuar a alguien. Prefiero no pararme y me lanzo cuesta abajo para llegar lo antes posible al Auberge de La Nova, siguiente avituallamiento y control. Es descenso sobre barro helado y nieve es espectacular, rapidísimo, un grupito atajamos varias veces, casi al lado del vértice de las curvas, porque intentarlo por las partes más rectas es una temeridad tal como está el suelo. Me imagino al grupo de cabeza, Kilian, Iker, Miguel, Seb, Antoine, Csaba, bajando a toda máquina por allí, de noche y con la nieve recién caída. Echo a un vistazo a mi alrededor y observo la inmensidad de las montañas con las sábanas blancas de la nieve cubriendo su sueño.
Bajo mis pies empieza a aparecer cada vez más hierba y llegamos a los Chalets de La Raja, cruzamos el puente de piedra y bajamos a toda velocidad por una pendiente pronunciada para entrar en Les Chapieux. Como soy bajito, paticorto y tengo el centro de gravedad más bajo, desciendo bastante rápido y en ese último descenso mis piernas se mueven endiabladamente rápido causando la admiración de varias personas que había animándonos; uno de ellos me dice “You really feel like home in the mountains, mate!” Que viene a ser algo así como “Te mueves como Pedro por su casa en las montañas, tío”. Le doy las gracias sonriendo, paso entre dos árboles, piso el asfalto de Les Chapieux y giro a la derecha para meterme en el avituallamiento. Allí, relleno los bidones, como algo, bebo sopa y, al salir me encuentro con un control de material. En el vídeo, a partir del minuto 01:00 se me puede ver en el momento de pasar por esa revisión. Primero comprobaban que todos lleváramos el móvil con el roaming activado y, después buscaban la tira roja que nos habían puesto en la revisión de material el día de la entrega de dorsales. Como a mí, la tira la pusieron en el asa superior, la voluntaria no lo encontraba hasta que levantó la capucha de mi chubasquero y me dejó seguir en dirección al segundo montruo, el Col de la Seigne.
Vídeo Les Chapieux


Tras salir de Les Chapieux, me encuentro con Eric y su pareja, que gestionan el Auberge de La Nova, donde una semana antes nos habíamos quedado una noche Sarito y yo mientras recorríamos el Tour du Mont Blanc. Me paro a hablar con ellos y me animan. Tras cruzar el puente de madera, me paro en la fuente que hay a la derecha de la carretera para rellenar y repartir otro sobre de sales entre los dos bidones.
Continuamos el camino por asfalto, siempre hacia arriba, en dirección a la Ville des Glaciers, donde giraremos a la derecha para encaminarnos a las rampas en zigzag que conducen a la frontera con Italia. Poco antes de llegar a la Ville des Glaciers, vemos a un chico que viene caminando en dirección contraria y nos dice a todos “¡Orage de neige dans La Seigne!” Traducción: “Tormenta de nieve en La Seigne!”, tras lo cual, miro al señor que me acompañaba y nos decimos “C'est la montagne!” (“La montaña es así”) y seguimos andando. A medida que nos acercábamos a Les Glaciers, mirábamos al cielo y, efectivamente, no tenía muy buena pinta. Sobre el Col de la Seigne se había plantado una nube de un color gris muy oscuro y amenazador. Además, ese Col tiene fama por ser muy ventoso y es la puerta hacia el Vall de Aosta italiano.
Al comenzar la ascensión por unas duras rampas dejando atrás el Refuge de Mottets, y más adelante, entre largos zigzags hasta llegar a un viejo alpage abandonado, empiezan a caer sobre nosotros unas gotas de lluvia que no corren manga abajo, sino que tienden a quedarse pegadas al chubasquero. La temperatura es muy baja y el camino es a veces barrizal, a veces tierra helada muy dura. El ritmo es bueno, aunque se puede sentir la incertidumbre en todos nosotros. La velocidad del viento en este Col aumenta proporcionalmente con la altura y algunas rachas nos traen la tarjeta de visita de lo que tendremos que soportar a 2516m. Un viento racheado, frío, helado, nos empieza a adelantar con algunos copos de nieve que ya cubren el suelo de un manto blanco. El ascenso al Col de La Seigne no reviste mayor dificultad que el desnivel que se salva al principio. Luego, es cuestión de seguir el sendero procurando no perderse porque es una zona que acostumbra a tener mucha niebla y, en días como hoy, con este frío (estamos a unos -2ºC) puede nevar en agosto como es el caso que tenemos. Efectivamente, paso a paso, metro a metro, los copos de nieve van cuajando en el negro suelo embarrado y sobre nuestras mochilas, en los guantes, en los gorros térmicos, en la barba….y cada vez el viento nos trae esa nieve más rápido. Unos dos kilómetros antes de llegar al Col, se arma la ventisca. Todo el viento que entra por el valle de Aosta, cruza la Seigne y se  nos viene encima con un montón de nieve. Tenemos que avanzar lo más rápido posible para salir de allí y llegar de nuevo a cotas más bajas y el barro nos obliga a caminar en ocasiones sobre los bordes del camino, sobre la nieve. Miro hacia detrás y la estampa es espectacular, en medio de una gran nube gris, entre la niebla, veo a otros corredores pegados unos a otros para cobijarse de la nieve, vuelvo a mirar hacia delante y se me mete un copo de nieve por el ojo izquierdo. A mí me ha nevado encima muchas veces, en Glasgow, en Londres, incluso en las cumbres de Gran Canaria, pero nunca en mi vida me había visto en medio de una ventisca, con la nieve volando de lado, metiéndose por los ojos, nariz, boca, colándose por el cuello en algún resquicio del chubasquero y, sinceramente, la sensación producida por un copo de nieve en medio del ojo no es nada agradable ¡Y aún falta más de un kilómetro para llegar arriba!
Soportamos esas inclemencias del tiempo sin perder de vista al que va delante y buscando en el horizonte algo que nos indique dónde está el control de paso del Col. Al cabo de un rato, con la nariz, pómulos, pies y manos congelados por el frío (y eso que en la manos yo llevaba puestos unos guantes térmicos con Gore-Tex® y Thinsulate®) podemos advertir en medio de la niebla una gran caseta de campaña amarilla tipo iglú de The North Face® y dos cabinas transparentes de comunicaciones con dos voluntarios o miembros de la organización dentro, imagino que comunicando cómo eran las condiciones meteorológicas por las que estábamos pasando. ¡Vivan los voluntarios del UTMB! Nosotros “sólo” teníamos que llegar hasta allí, pasar y lanzarnos cuesta abajo para escapar de ese frío y ellos tienen que esperar allí desde el primero hasta el último corredor. Justo antes de pasar el control, uno de los corredores de delante le pide a la voluntaria que le saque una foto. Los demás, nos quedamos quietos unos segundos que parecen horas y notamos cómo en ese corto espacio de tiempo, los gélidos colmillos de La Seigne nos atraviesan. Pasamos el control de chips y nos lanzamos cuesta abajo como posesos para alcanzar lo antes posible, las llanuras de Lac Combal, donde nos espera el siguiente avituallamiento. En la bajada se suceden los resbalones, pero no me caigo, la verdad es que con cada paso que doy, me convenzo más y más de que las LaSportiva® Raptor® son las mejores zapatillas de trail running que me he calzado en toda mi vida. Llegamos a las llanuras anteriores al Refugio Elisabetta y una multitud de usuarios del mismo nos animan y gritan desde la terraza y junto al camino. Empiezo a caminar para reponer fuerzas y me uno a Marco Giacon (dorsal 1855), un italiano muy simpático, calzado también con unas Raptor®, que ya había sido finisher del UTMB en 2009 y que al yo decirle en “itañol” que “voglio essere finisher” me responde “Lo serai, tu serai finisher sempre que la tua testa creda que será finisher. Tutto se qui, en la testa.” (Lo serás, tú serás finisher siempre que tu cabeza crea que serás finisher. Todo está aquí, en la cabeza.” (Lo de Marco tiene guasa: Acabó en el puesto 666 de la general y 222 de su categoría; yo acabé en el 444 de la general. En fin, que si te gustan los números, te sorprenderá.) Grandes palabras que resumen la ley máxima de este deporte. En Les Chapieux (km50) vi abandonar a corredores mucho más fuertes que yo, que aparentemente estaban bien de piernas, pero que, simplemente, sintieron ese “clic” en la cabeza y se convencieron de que no acabarían. Yo, por mi parte, no soy el tipo más fuerte de la tierra (me llamaría Kilian Jornet, en vez de Daniel Quintana), pero llevo un año entero estudiándome esta carrera, un año entero descargándome mapas, vídeos, recorriendo la ruta una y mil veces por el Google Earth, aprendiéndome de memoria el perfil, los avituallamientos, viendo infinidad de vídeos, recorriendo con Sarito la ruta entera del UTMB en ocho días como reconocimiento del terreno en persona para aprenderme de memoria las piedras, los troncos, las raíces, los cruces y, sobre todo, visualizando mentalmente cómo sería mi entrada en meta. Si quieres llegar a la meta, tienes que verlo claramente en la cabeza y que esa imagen permanezca contigo durante todo el camino. No visualices la meta, visualiza tu entrada en meta y más tarde o más temprano, te verás cruzando esa línea. Mientras tanto, hay que seguir caminando y trotando. Llego al llano de Lac Combal y entro en el control y avituallamiento. Como, cargo agua y sigo mi camino hacia la arista Mont Favre. Aquí una muestra de un chico español que llegó al Col de la Seigne en medio de la nevada (en la imagen no se aprecia del todo la velocidad del viento ni la cantidad de nieve que nos cayó en ese sitio).


Desde que dejo atrás el Lago Combal y me acerco al inicio del sendero que asciende hasta la Arista Mont Favre, como bastante y bebo mucho agua con sales. Durante el Tour du Mont Blanc, esta subida se nos atragantó un poco y me preparo. Subo a buen ritmo y la temperatura empieza a subir. Al principio, subo solo, pero poco a poco me voy acercando a un grupito que asciende algo más despacio. Estoy deseando llegar a Courmayeur y sé que sólo me queda llegar a la Arista y bajar atravesando Col Checruit. Echo un vistazo arriba y veo perfectamente las dos cabinas transparentes de la organización en el final de la ascensión. La subida a la Arista del Mont Favre no reviste especial dificultad, el firme está muy bien y las vistas sobre el Vall d’Aosta son preciosas. Al llegar arriba, me pasan la máquina por el chip y me imagino que a Sarito le ha llegado el mensaje sms diciéndole dónde estoy. En la bajada, me lanzo hacia un grupito que veo más adelante y, poco después de la zona de las marmotas, justo antes de que el descenso de incline más en la entrada del Refugio Maison Vieille, les alcanzo. Entro en el refugio y me paro un momento a hablar con Giacomo, el dueño, un tipo singular y afable al que conoce todo el TMB y que se acordaba de mí, por haber estado alojados allí una semana antes. Me bebo un vasito de cola, cojo un trozo de queso y me lanzo al súper descenso hacia Courmayeur.
La bajada es muy técnica, rápida, muy rápida, pero que exige mucha atención y buenos reflejos. Me uno en el descenso a un alemán que, en principio, baja a la misma velocidad que yo. Durante la bajada, adelantamos a varios corredores y, en una curva, un señor me da ánimos “bravo, bravo, bon courage”, le respondo “merci” y me responde “merci a vous pour sourire” (gracias a ti por sonreir). Increíble ¡La de cosas que vive uno en una carrera de estas!
En una zona más rápida del descenso, me alejo de mi compañía germana y sólo pienso en reencontrarme con Saro. Al llegar al parque infantil de Courmayeur, llamo a Sarito par decirle dónde estoy y ella me dice que me está esperando. Cruzo las empedradas calles de la parte vieja de la ciudad y llego al Centro Deportivo Dolonne, donde me esperan Sarito y mi bolsa con el cambio de ropa. Afortunadamente, en la localidad italiana hace calor y recuperamos temperatura. Según voy llegando, un miembro de la organización mira mi dorsal y rápidamente, grita mi número para que otro miembro de la organización busque la mía entre los miles de bolsas que tienen allí. Cojo mi bolsa, saludo a Sarito y me meto en el pabellón para cambiarme la camiseta, el maillot y las medias.
Aquello parece un hospital de campaña multicultural, se oye “parlar” catalán, alemán, inglés, americano, francés, italiano, español...de todo. Paso bastante tiempo cambiándome, aprovecho que en la bolsa metí una toalla técnica y me seco el sudor, seco las zapatillas por dentro y, como para entonces ya andaba yo “sollado” (con rozaduras en la zona de las ingles) valoro el no cambiarme las licras porque no quiero ver el desastre que debo tener ahí abajo. Simplemente, meto las manos en la licra, tiro de los ForQuad® hacia arriba, me ajusto bien la licra y meto la ropa usada en la bolsa. Rebusco y encuentro las barritas y las sales y las meto en la mochila. Busco las pilas nuevas y se las pongo al LedLenser®, que me harán mucha falta en la segunda noche, que nos la comeremos enterita. Veo el mp3 en la bolsa, lo miro, pienso y no lo cojo. Nunca me ha gustado correr con música en los oídos. Lo bueno que tienen las carreras por montaña es que la propia carrera tiene su música: los pasos, el sonido de las zapatillas, el agua en los bidones, los pájaros, los chillidos de las marmotas, los ánimos del público, el viento, los grillos, las cigarras…el Ultra Trail del Mont Blanc tiene su banda sonora propia y prefiero quedarme con ese sonido en la memoria. Cierro la bolsa, me levanto y pido un plato de pasta sin salsa que devoro en un minuto. Mientras como, un señor que tengo a mi lado me pregunta “¿Has recibido el sms con el cambio de recorrido?” y mi mente piensa “Errrr….¿Cómo?”, miro el móvil y, efectivamente, ahí está el mensaje: “Info UTMB: cambio de trayecto después Champex, Bovine inaccesible en respuesta a los daños del maltiempo de ayer. Trayecto desviado por Martigny. 170km, 9700D+” Esto significa lo siguiente: al parecer, el tormentón que nos comimos la noche del viernes, dejó muy perjudicado el sendero de Bovine y la organización, nos manda bajar a Martigny, desde donde deberemos subir no sé aún a dónde y aumenta el kilometraje hasta los 170km y el desnivel positivo acumulado en 200m hasta elevarlo a los 9700. Pues vale, qué le vamos a hacer, a moverse, que llevo un buen margen horario y quiero dormir 20’ en Bertone. Pido un vaso de sopa y mientras me lo bebo, salgo, me encuentro de nuevo con Sarito que me acompaña unos metros y salgo en un andar cómodo hacia las rampas de Bertone bajo un sol que ya empezaba a calentar…un poco demasiado.


Atravieso las calles de Courmayeur, paso por debajo de la autopista, a través de las calles comerciales y asciendo por las escaleras que dan acceso a la plaza de la iglesia. Allí, un grupo de batucada me recibe, leen mi nombre en el dorsal y me animan llamándome por mi nombre. Eso es algo que vives durante toda la carrera y que te pone los pelos de punta. En las ciudades, pueblos, caminos y senderos, la gente mira tu dorsal y te anima llamándote por tu nombre. Les agradezco las muestras de ánimo y comienzo a ascender por la cuesta de asfalto que me llevará a las duras rampas aframbuesadas hacia el Refugio Bertone. Entre las casas, me paro a cargar agua junto a una fuente y lavadero que debe llevar allí mil años y poco a poco me acerco al inicio del sendero. Comienzo a subir y el Sol ya aprieta bastante el cogote, me sorprende comprobar que la camiseta técnica The North Face® de manga larga que llevo debajo del maillot de Arista transpira de maravilla. Al ser oscura, me protege del Sol y, al transpirar, se nota un fresquito que se agradece en este momento. Me siento muy bien de piernas y de cardio, aunque ya empiezo a sentirme algo cansado de tantas subidas y bajadas. La ascensión al Refugio Bertone es una ruta que, durante el Tour del Mont Blanc pude comprobar que es de “domingueros”. Me explico: es una ruta muy familiar, las gentes de Courmayeur y de las localidades de la zona, aparcan abajo y ascienden los 4 kilómetros de subida hasta el refugio para almorzar allí, deleitarse con las vistas y tomar el sol en los apacibles días de verano.
Reconozco que esta subida se me hace muy larga. Me cuesta subir estas rampas más que cuando lo hice con el mochilón y eso que hago denodados esfuerzos para subir como me enseñó Manolo Cardona, del Club de Montaña Neophron, usando las piedras como escalones, apoyando en ellas el talón y, así, no forzar tanto los gemelos. Aún así, me cuesta horrores subir y me detengo para repartir un sobre de Recuperat-Ion® entre los dos bidones. Junto a mi mochila, veo una planta de frambuesas y me como un par de ellas. Algo de vitamina C me vendrá bien. En ese momento, me adelanta un grupito de corredores y me uno a ellos para llegar a buen ritmo hasta arriba. Por fin, entre los árboles, se adivina el cielo azul y desaparece la arboleda, se oye un gentío que anima a los corredores y, paso a paso, llego hasta el refugio. Allí, el avituallamiento está dirigido por el mismísimo Enrico Bertone a quien le pido que me indique el sitio en el que puedo dormir un poco. Él, muy amablemente, me señala en camino y me pregunta si quiero que me despierte él o si me despierto yo sólo. Le digo que pondré el despertador y, en medio de una simpática risa, me advierte de que, en ese caso, él no se hace responsable de que me despierte o no. Me llevan al dortoir (dormitorio con colchones para unas 20 personas) donde me quito las zapatillas coloco las mantas en los pies para dormir con los pies en alto, programo la alarma del móvil para 20’ y me tumbo.
En medio de un sueño, oigo el despertador. Hace calor en el dortoir y me levanto. Estoy medio atontado, pero respiro hondo, recuerdo qué es lo que estoy haciendo y me calzo las zapatillas. Cojo todas mis cosas y me doy cuenta de que en uno de los colchones hay un señor durmiendo. Como aquí estamos todos en el mismo barco, hago lo posible para no hacer ruido, pero todo mi gozo en un pozo, entran dos italianos hablando en alto y dejando caer los bastones al suelo, etc. En fin, que unos crían la fama y otros el provecho. El pobre hombre que estaba durmiendo se despierta en ese momento y yo aprovecho para colocarme la mochila y salir para avituallarme. Empiezo a caminar y la sensación en las piernas es extraña. Con 20’ de sueño, mi mente se ha reseteado y me siento muy descansado. Como un par de piezas de queso, me despido de Enrique Bertone y me echo al camino para subir la leve rampa que lleva al cruce que me conducirá a uno de los senderos más bonitos que he visto en mi vida. En cuanto el camino empieza a picar levemente cuesta abajo, empiezo a trotar y noto que las piernas van ligerísimas. No dejo de trotar en todo el camino hasta que me topo con las leves rampas que preceden al Rifugio Walter Bonatti. Por el camino, me paro un momento para coger un arándano de los matorrales que bordean el camino y mi mirada se deleita con la visión de los Grandes Jorasses que vigilan nuestros pasos a la izquierda. Llego al Refugio Bonatti y me tomo una sopa con fideos y alubias blancas que me sabe a gloria. Ya ha avanzado un poco la tarde y me apuro en cargar agua en la fuente, repartir otro sobre de sales entre los dos bidones y lanzarme por el sendero para llegar a Arnuva. La siguiente sección del sendero es igualmente rápida, aunque se inicia con una leve subida. Cuando se coge a la izquierda el cruce que conduce a la localidad de Arnuva, el sendero pica para abajo con bastante pendiente y me lanzo como un poseso. Se oye un griterío tremendo en la entrada del avituallamiento y, según me voy acercando, me doy cuenta de que es un grupo de españoles que han venido a apoyar a un club de trail y, de paso, miran en los dorsales de los corredores buscando una bandera que encuentran en el mío y todos se ponen a gritar “Yo soy español, español, español”. Tienen montada una fiesta de aúpa en ese avituallamiento. Entro y me encuentro con la pareja de Salomón Cohen, corredor que ya ha venido varias veces a correr la Transgrancanaria y que me saluda al entrar en el punto de control. Se está haciendo de noche y saco el frontal. Sé que antes de llegar al Refugio Elena, voy a tener que encenderlo. En el punto de Arnuva, como un trozo de pastel, más queso, cargo agua y, esta vez, como sé que toca subir el punto más alto de la carrera, el Grand Col Ferret, de 2537m en plena noche y, probablemente con niebla, cargo un sobre de sales en cada bidón. No quiero deshidratarme por culpa del frío. Eso es algo en lo que poca gente repara. El frío también deshidrata...y mucho, ya que el cuerpo gasta más energía para producir calor. Cuando salgo de Arnuva, se me une Salomón y empezamos juntos el ascenso al Elena. Las rampas que conducen a ese refugio son realmente duras, aunque cortas, y estrechas. Han llegado a hacer escalones en el barro y notamos cómo la humedad aumenta. En esa zona no ha debido de salir el sol en todo el día porque el suelo está muy húmedo y embarrado.
Llegamos al Refugio Elena y lo rodeamos por detrás atravesando un alpage. En ese momento, prefiero no pensar en la cantidad de excrementos de vaca por los que estamos pasando porque, para ser sinceros, a esas alturas de carrera, después de barro, hielo y nieve, no nos vamos a andar con milongas. Nos unimos a un grupo que sube a un ritmo cómodo y empezamos a subir el zigzag del Gran Col Ferret.
La ascensión no es, en sí, demasiado dura. Es una sucesión de rampas de variado porcentaje, pero el cansancio y el aumento de altura, unido a lo mojado del suelo, dificultan la subida. A medida que se sube, la pendiente aumenta y el andar se hace más lento. Lo bueno de este col es que, en medio de esas rampas, hay un descanso que sirve como referencia. Después, otras rampas fuertes y, al final, a unos 100 metros de la cima, la pendiente se suaviza muchísimo e incluso se podría trotar (quien pueda, claro. Yo, no). Casi no nos hemos dado cuenta, pero nos hemos metido en medio de una niebla muy espesa y, de repente, aparece a nuestro lado la caseta iglú amarilla de The North Face® iluminada por dentro. Nos controlan los chips y en entramos en Suiza.
El descenso es complicado por la niebla. Vamos todos juntos apuntando a todos lados con los frontales para buscar un reflectante y vemos uno en la lejanía, a por él. Poco después, ya no se ve nada a más de dos metros y el de delante, decide mirar al suelo. Lo bueno que tiene este camino es que, en caso de niebla, si caminas sobre color marrón, estás en el camino y, si lo haces sobre color verde, te has equivocado. Por ello, ese chico apunta con el frontal al suelo mientras que los demás le seguimos buscando con los nuestros otros reflectantes. Aquí echamos de menos la densidad de señalización que sí hemos tenido en otras zonas del camino.
A medida que descendemos, la niebla se va disipando y nuestra velocidad aumenta. Pasamos por delante de La Peule y allí, dos voluntarios nos indican el camino, seguimos por un terreno resbaladizo y húmedo hacia las lomas de la izquierda que nos llevan ascendiendo hacia el desfiladero provisto de cadenas que precede la bajada a Ferret. Al llegar allí, cruzamos el río y la carretera, un grupo de vecinos nos anima y empezamos el ascenso por el sendero que lleva a La Fouly.
En el ascenso, Salomón, que va delante de mí, tiene que ayudar a un chico alemán que no para de resbalarse y que a punto ha estado de caer por toda la loma. Salomón le grita, agarrándole por los hombros, “tú mira al suelo, no mires hacia arriba o te caerás, tú mira al suelo”, jajajaja. El chico alemán se para y le adelanto. Llegamos a la pista de tierra y nos lanzamos corriendo por el sendero para llegar lo antes posible al avituallamiento de La Fouly. Parece mentira que nos hayamos quitado 15 kilómetros, pero es lo que tiene la noche si te sientes cómodo: avanzas rapidísimo. Llegamos a La Fouly en medio de una ovación popular. Hay mucha gente esperándonos y animándonos. Yo les grito “bon soire, La Fouly” y todos me responden “Merci, bon soire et bon courage”. Esta gente es genial, es de madrugada y hace un frío que pone los pelos de punta. Ha vuelto a bajar la temperatura. Allí, cargamos los bidones, pasamos por el control de chips y entramos al avituallamiento. Allí, Salomón y yo decidimos comer bien y seguir juntos para llegar a Champex Lac antes de que amanezca.


Salimos de La Fouly en dirección a Champex, cuyas luces se pueden ver a lo lejos en medio de la montaña. Nos unimos a un grupito y ascendemos un sendero que nos conducirá hasta la bajada de la Crête de Salelina (Cresta de Salelina) para entrar en las casas nuevas de Praz de Fort. Allí, Salomón se acuerda de que tiene que parar frente a la casa de una señora mayor que conoció cuando entrenaba ese tramo y que le había prometido un té cuando pasara por delante de su casa en el UTMB, porque ella iba a estar toda la noche animando a los corredores. Esta gente no deja de sorprenderme, es MUY de noche y, al pasar por la casa de esta señora, allí está ella en la puerta, con toda la familia, con una barbacoa, calentando té y café para los corredores que quieran. Nos saluda y reconoce a Salomón, nos ofrece una taza de té y él acepta. Yo, en principio, rechazo la invitación porque no es té lo que tenía previsto beber ahora, pero luego acepto. Maldita la hora que lo hice. Desde ese momento, todos los que bebimos ese té empezamos a tener picor de garganta y no dejamos de carraspear en toda la noche. Estaba rico, sí, pero hasta entonces yo tenía la garganta genial y ahora....ahora la tengo como un papel de lija. Da igual, seguimos descendiendo por asfalto en dirección a Issert, donde empieza la subida a través del Sentier des Champignons (Sendero de los Champiñones). 
Ese sendero tiene un par de rampas coquetas y, si pasas de día, te partes de la risa con lo que han hecho allí con los árboles talados. Han covertido el sendero en un camino temático basado en las setas. En los troncos de los árboles talados, han tallado setas de diferentes especies, ardillas, una cesta con setas, un pez, una cabra montés o bouquetin, como los llaman aquí, una marmota e incluso un canguro. Bueno, cuando veas el canguro significa que ya estás en las puertas de Champex, no lo olvides. El sendero hacia Champex es angosto, empinado y el suelo está lleno de raíces. En un momento, veo a Salomón adelantar a un grupo que iba despacio, pero no consigo seguirle y me quedo atrás. Por alguna razón, empiezo a sentir sueño, pero, de momento no es preocupante, en una zona algo más ancha del sendero, consigo adelantar al grupo y llego hasta el Sr. Cohen. Poco después, en el sendero se empieza a escuchar música y parece que estamos cerca del avituallamiento, pero la organización nos guardaba una sorpresa. Para evitar el que alguien cogiese un “taxi” desde Issert hasta Champex, han colocado un control de paso en medio del sendero hacia Champex Lac. Nos pasan la maquinita y yo sigo buscando con el frontal la condenada figura del canguro, pero no hay manera, no aparece. La sensación de sueño empieza a ser preocupante porque se me cierran los ojos y justo en ese momento, Salomón me dice “Tío, en Champex voy a tener que dormir algo”. Yo le respondo: “Me estoy quedando dormido mientras camino, Salomón”. Me siento muy cansado, tengo un montón de frío y los ojos se me cierran. A veces, camino casi 5 metros con los ojos cerrados, lo que, en medio de un bosque, con un sendero estrecho y una fuerte caída a la derecha, puede ser muy peligroso. Lo tengo claro: "En cuanto entre en el avituallamiento, busco el pastel de arándanos de León, pregunto por los colchones y me echo a dormir media hora".
Al cabo de un rato, mi frontal apunta hacia la izquierda y veo al condenado cangurito, miro hacia delante y veo la placa verde que da la bienvenida a Champex y llegamos a la carretera. Aquí hay que tener algo de cuidado, porque hay que seguir bien las flechas para pasar por detrás del cartel nuevo, del garaje y seguir ascendiendo por el sendero para llegar al avituallamiento. Al llegar, nos alegramos de ver a la pareja de Salomón, que nos da la bienvenida. Entramos en el control de chips, al avituallamiento y veo a León. Le saludo y me presento. Se acordaba de mí, porque pocos días atrás, estuve en su boulangerie (pastelería) hablando con él e incluso nos sacamos una foto con Sarito. 
En el avituallamiento, la famosa tarta de arándanos de León. Allí estaba, ¡Qué buena pinta! Cogemos un plato, metemos dos trozos y nos los llevamos a la zona de colchones. No puedo más, estoy realmente agotado y mi mente funciona al 40%. Tengo mucho, mucho sueño. Programo el despertador para 30’, me quito las zapatillas, me echo y me tapo con la manta. Me resulta curioso que, en los colchones de al lado, hay tres japoneses durmiendo exactamente igual ¡Chico, porque les oigo respirar, porque si no, pensaría que estaban muertos! Los tres, boca arriba, con las manos sobre el pecho. Cierro los ojos y me quedo dormido.
Abro los ojos. Han pasado 25’ y estoy temblando. No le he dado tiempo al despertador para que cumpla su función porque hace un frío terrible. Las manos me tiemblan, me tiemblan las piernas, casi no puedo articular palabra y me acuerdo de mi retirada en El Garañón a las 22:35 en la Transgrancanaria de 2008. ¡Uff, borra eso de la cabeza, Dani! Pero hay que salir de aquí cuanto antes para entrar en calor. Me levanto, veo a Salomón despertándose y me como mi trozo de pastel ¡¡¡¡¡Diosssssss, qué cosa más rica!!!!! Caray, ahora entiendo por qué es tan famoso el pastel de arándanos de León. Cuando Sarito y yo estuvimos en su boulangerie, él y su señora nos invitaron a dos trozos porque eran los últimos que le quedaban de ese día y ya era la hora de cerrar, pero en el UTMB, el pastel estaba recién hecho. En fin, que si un día pasan por Champex Lac, no duden en entrar en la pastelería de León. Tiene un cartel del UTMB en la puerta, así que es inconfundible. Es un “must” del Tour du Mont Blanc. Pues, seguidamente, me voy a la zona de las mesas y temblando, pido una taza de caldo. Bien, por lo menos está calentito y las manos dejan de temblar. Me bebo dos tazas de caldo, como un par de trozos de queso, pido una taza de cola, como algo de chocolate y me bebo un vaso de café. Esto último provocaría una reacción fisiológica en mí de la que me había olvidado. Cuando compruebo que Salomón está listo para salir, nos despedimos de todos los voluntarios y nos marchamos en busca de lo desconocido: la bajada a Martigny (471m), según nos han dicho y el ascenso al Col de la Forclaz (1527m).
A la salida de Champex Lac, andamos por asfalto hasta encontrar el cruce con el camino hacia Bovine. Como nos han dicho que no se sube a bovine, dudamos, no sabemos por dónde tenemos que ir. ¿Seguimos por carretera? Las marcas indican que debemos entrar en el sendero. Tras unos momentos de indecisión, decidimos entrar en el camino y ya veremos qué pasa. Al cabo de un rato, mi cuerpo empieza a reaccionar al café y le digo a Salomón que me tengo que parar a hacer de vientre. Encontramos un banco en un recodo de la pista de tierra y él me dice que me agarre al banco y que apague el frontal, que él se queda vigilando para que nadie me esté apuntando con la luz mientras yo estoy "plantando un pino". La organización, previendo que esta situación la viviríamos con casi total seguridad, ya nos había provisto de unas bolsas de basura para guardar el papel y tirarlo en el primer contenedor de basura o papelera que encontráramos, así que eso hice, para mantener limpio el camino. Una vez listo, continuamos el camino seguros de que sí era por allí, ya que varios corredores habían pasado por la pista de tierra durante ese corto espacio de tiempo. Caminamos a buen ritmo, descansados tras el sueño reparador. ¡Hay que ver lo que dan de sí 25' durmiendo! Alcanzamos a un grupito de franceses y creo identificar en él a un chico con el que ya había descendido del Gran Col Ferret. Cuando estamos en el sendero en medio del bosque, primera duda. Aparece ante nosotros una cinta roja y blanca cortando el paso y no sabemos bien por dónde pasar. algo más arriba se advierte un reflectante y decidimos adentrarnos más por ese sendero. Cruzamos un sitio que no recuerdo del TMB y me doy cuenta que las lluvias del viernes por la noche han cambiado el paisaje. Donde había un sitio de paso fácil, ahora la organización ha tenido que colocar un tablón para facilitarnos el paso, mientras un riachuelo baja desde las montañas. Llegamos a un descampado donde se encuentra el alpage que da entrada a Bovine y vemos que hay cintas y reflectantes que nos hacen cruzar la carretera y descender. Confiados con que ese descenso nos llevará hasta Martigny, nos lanzamos por el terreno embarrado y no dejamos de trotar mientras la claridad de la mañana empieza a iluminar levemente el horizonte. Atravesamos varias veces una carretera, corremos junto a una acequia muy embarrada y con los primeros rayos de sol, llegamos abajo. Allí, enfrente, vemos una ascensión por asfalto en forma de larguísimos zigzag que no sabemos a dónde llevan, pero por los que se pueden ver los llamativos colores de la ropa de varios corredores.
Al llegar abajo, por una carretera de asfalto, nos damos cuenta de que allí no hay nadie más que nosotros y algunos corredores con los que contactamos durante nuestro descenso. Seguimos las marcas "UT" que hay en el suelo y que nos llevan hacia el otro lado de la carretera general, por un paso subterráneo y, tras él, hacia una zona muy apartada de esa localidad. En ese punto, no tenemos ni idea de la altitud a la que estamos, ni el punto kilométrico, ni por dónde demontres nos va a llevar la organización, así que seguimos las marcas y nos adentramos en esa ascensión por el zigzag comentado antes y que tiene más pendiente de la que yo me imaginaba. Era una carretera que, en realidad no llevaba a ninguna parte y que tenía viñedos a los dos lados. En medio de la cuesta, nos topamos con un par de adolescentes borrachines que nos invitan a vino o whiskey. Alguien debería de haberles dicho que en un día de calor como el que ya empezaba a hacer, un deportista no suele beber nada de alcohol (todavía una cerveza fría, pero vino o whiskey.....va a ser que no). El Sol ya apretaba fuerte y el calor rebotaba en el asfalto y nos devolvía aire caliente desde el suelo. Al final de una de las curvas de herradura, las marcas nos sacaban de la carretera y nos introducían en un sendero angosto que ascendía fuertemente entre árboles y que, poco después, llaneaba siguiendo el contorno de la montaña.
Nosotros ya nos sentíamos perdidísimos. Como creíamos que lo anterior era Martigny y que lo que teníamos delante era un sendero que, de alguna manera, conducía a Trient, nos apresuramos para trotar un poco en las zonas en las que el sendero suavizaba algo la pendiente. Así, con el paso de los metros, cruzando sitios donde, si te despistabas un poco, te esperaba una buena caída al vacío, Salomón y yo, hablando y haciendo cábalas sobre dónde estaba Trient, llegamos a una zona donde el sendero se ensanchaba y nos encontramos con dos féminas participantes que estaban un poco perdidas sobre la ruta a seguir. Entre mi inglés, alemán y mi mísero francés, nos detuvimos para investigar si las casas que aparecían más abajo, entre los árboles, eran Trient o dónde era. Al final, tras un rápido descenso, cruzamos una vía férrea y entramos en un avituallamiento donde me esperaban dos sorpresas, como siempre, una buena y otra....no tanto.
La sorpresa buena: Mientras me estaba avituallando, cargando agua y bebiendo algo de cola (con la temperatura que no paraba de subir, no era una sopa lo que más me pedía el cuerpo), oigo tras de mí una voz familiar que me dice "Chacho, Dani! ¿Cómo estás, tío? Te veo bien". No me lo podía creer cuando me giré y ví a Goyo y a Paco, sentados en el avituallamiento. ¡Qué bueno! Es difícil de describir lo que se siente cuando, después de un millón de kilómetros, realmente, desde Saint Gervais, vuelves a ver a un paisano de tu misma isla, en medio de Suiza. Me alegré mucho y, a la misma vez, consciente de la diferencia de nivel entre ellos y yo, me preocupé por su estado de salud, porque no consideraba normal haberles alcanzado en una carrera. Goyo me dijo que le dolía un poco un tobillo y Paco me dijo que tenía un poco cargados los cuádriceps. La sorpresa negativa: Aquel sitio era Martigny y, según nos dijo un voluntario del puesto de control, nos esperaban 1000 metros de desnivel positivo hasta el Col de la Forclaz en 8 kilómetros. Esto es, un kilómetro vertical durante 8 kilómetros. No me lo podía creer. Aún nos quedaba esa subida, llegar a Trient y subir Catogne, etc, etc. En fin, si hay que hacerlo, se hace. El calor convertía aquella carpa en una sauna y Salomón y yo decidimos salir en dirección a La Forclaz. Paco me preguntó: "¿Cómo es lo que viene ahora, Dani?" Le respondí que quedaba la dichosa subida esa larga hasta La Forclaz, la empinada bajada hacia Trient, una subida dura de 5 kilómetros más o menos hasta Catogne, la bajada a Vallorcine y luego, casi todo para abajo hasta Chamonix. Cuando terminé de decírselo pensé: Ay, Dios! Pero si estamos casi, casi ahí mismo. La subida a la Forclaz no la conocía, pero el resto, más o menos sí. Se me erizó el vello y, de repente, me entró prisa por ponerme en marcha.
Empezamos a caminar por las calles y a Salomón no se le ocurre otra cosa que antojársele un "pain au chocolat" para desayunar. Al cabo de unos metros, se mete en una panadería-boulangerie y se ofrece a comprarme uno para mí. Yo le dije que no, que para desayunar, ya tenía mis barritas y el queso que me había comido en el avituallamiento, pero él se "emperretó" -como decimos en Gran Canaria- con que quería su "pan au chocolat". A esperar. Habíamos caminado juntos hasta aquí desde hacía muchos kilómetros y no iba a dejarlo allí tirado, pero la pastelería estaba llena de gente y Salomón tuvo que hacer cola, pasaba el rato y Goyo y Paco ya habían pasado por delante de mí y hacía rato que habían empezado a subir hacia el Col. Pasaron corredores a los que no había visto nunca y yo ya empecé a impacientarme porque se me estaba cortando el ritmo de carrera. Y todo por un pan con chocolate. Saqué la barrita con sabor a frambuesa y le metí un buen mordisco, aproveché para meter un sobre de sales en los dos bidones y entonces, salió por fin de la tienda mi compañero de andanzas.
Empezamos a subir las empinadas calles de Martigny y la pendiente y el calor se aliaron para subir juntas progresivamente. En ese momento, cuando desde abajo se veía que la pendiente no iba a suavizar, tuve que decidir con el corazón y recordar que estaba en una carrera. Tenía que pensar por mí mismo y probar suerte. Tenía a mis compatriotas grancanarios por delante y mi cuerpo me pedía tirar más rápido. Decidí probar el cardio y aumenté gradualmente el ritmo.
Apoyándome con los bastones y haciéndo trabajar en serio los tríceps, comencé a subir a unos 3 ó 4km/h a base de pasos cortos, pero con mucha cadencia y me fui acercando a otros corredores que marchaban por delante de mí. Paso a paso, procuraba "oír" mi cuerpo, consciente de que en poco tiempo, mis oídos iban a tener un "solo de batería con doble bombo" en su interior. Pues no, nada de eso, el corazón seguía latiendo suavemente "Tu-tum... tu-tum" y gracias al entrenamiento con pulsómetro, sabía que ese sonido no debía ser muy superior a 140 pulsaciones por minuto, porque un día, subiendo hacia el Pico de las Nieves, en mi oído el corazón sonaba "tu-tum-tu-tum-tu-tum", miré al Polar® y marcaba 160pps.
Me sentía muy cómodo, subía a buen ritmo y el corazón, sorprendentemente, no sonaba ni muy fuerte, ni muy rápido en mis oídos, así que aproveché y continué adelantando corredores, ya en un camino vecinal entre casas por el que se dibujaba, cuesta arriba y entre árboles, una alargada línea multicolor de corredores a los que, progresivamente, me iba acercando.
Al cabo de un buen rato, llegué hasta donde estaba Goyo y le saludé, le pregunté por Paco y me dijo "¿Paco? Uy, ese está mucho más adelante, ya sabes cómo sube". Y es verdad. Adelanté a Goyo, pero bajé un poco el punto para que me siguiera y, juntos, intentar alcanzar a Paco y seguir los tres juntos. Goyo me dijo que no aflojara, que el ritmo que yo llevaba estaba bien y seguimos los dos para arriba. El calor no paraba de subir con nosotros, como sólo miraba al suelo, decidí colocar las gafas de sol sobre la visera de la gorra y las gotas de sudor no paraban de caerme por la nariz (y así todo el camino). Adelantamos a un montón de gente y, cuando el sendero pasaba junto a una de las curvas de horquilla que hace la carretera que serpentea ascendiendo al Col de la Forclaz, llegamos hasta Paco, le saludamos y seguimos todos para arriba. Paco es todo potencia. Ya me gustaría a mí subir como lo hace él. Pensé que algo no debía ir muy bien o que yo me estaba saliendo del molde cuando le había alcanzado y me encontraba perfectamente. Le pregunté que qué tal estaba y me dijo que tenía mucho calor y los cuádriceps muy castigados. Yo les expuse mi planteamiento de carrera: "Señores, yo quiero acabar esto en unas 40 horas. A una media de 4km/h, llegamos en unas 40 ó 42 horas y, para hacer esa media, hay que subir a 2km/h, bajar a 6km/h y no perder mucho tiempo en los controles. Esas tres cosas aquí son fáciles, hemos subido a más de 3km/h y en las bajadas tampoco hay que tirarse a cuchillo y, como no conocemos a nadie en los avituallamientos, como sí nos pasa en la Trans, pues entramos en el control, comemos, cargamos agua y nos vamos". Continuamos la ascensión y el condenado Col no llegaba nunca. Una y otra vez, el sendero llegaba a una de las horquillas de la carretera y delante aparecía una casa grande blanca que parecía el hotel de La Forclaz, pero nada, sube que te sube. Así, tras una hora y pico de subida "a piñón fijo", por fin, entre los árboles, aparace el cielo azul, se oye un gentío gritando y aparece un cartel que dice "Col de la Forclaz - 1h". Les dije a Goyo y a Paco, "Es un cartel para senderistas, una hora a este ritmo son 20 minutos largos". Efectivamente, cuando menos nos lo esperábamos, el sendero de bifurca, las marcas nos mandan por el de la izquierda y allí arriba, delante nuestra, donde el sendero aumentaba la pendiente, apareció por fin, de una condenada vez, porque ya era hora, el Col de la Forclaz (1527m). Un gran grupo de gente se agolpaba junto a la vereda y nos animaba desde lejos. Llegamos arriba apretando los dientes en un empujón final. Ufff, caray, qué largo se hizo, casi 2h subiendo. Paco me preguntó "¿Ahora que hay, Dani?". Le dije, "Una bajada corta y muy empinada hasta Trient. Justo antes de entrar al pueblo hay que cruzar una carretera y según la cruces, a la izquierda, detrás de una casa, hay una fuente con agua fría. Por si no quieres hacer cola para cargar agua en el avituallamiento, venga, nos vemos abajo." Y me puse a trotar por el sendero que sale del Col, para lanzarme a la bajada hacia Trient, pues justo antes del desvío, reconocí a un francés al que no veía desde el amanecer.

Trient,Catogne y Vallorcine - Empiezo a creérmelo
Después de bajar como un poseso (subir no, pero bajar se me da bien, es lo bueno de ser bajito) llegué a Trient y me dirigí al avituallamiento. El Sol ya pegaba muy fuerte y tenía la cara empapada en sudor. Al pasar junto a la iglesia, un grupo de aficionados españoles me da ánimos. Eso reconforta mucho, lo agradecí sinceramente. Un "Allez!", un "Bon courage!", un "Bravo!" suenan muy bien, pero para nosotros, no se pueden comparar a un "Vamos!" o un "Ánimo!". Entro en el avituallamiento puntualmente presentado en sociedad por un speaker. "¡Esto es de otro mundo!", pienso. Voy directo al depósito de agua y cargo los bidones, como algo de queso, pido dos tazas de cola y me llevo dos trozos de plátano que me saben a gloria. Les pregunto a los voluntarios si tienen bebida energética y lo que me dan es algo parecido a una mezcla entre zumo de frutas con caldo. Efectivamente, no sabía muy bien, pero seguro que tiene "fundamento" como diría mi madre, así que lleno un bidón con aquella cosa rara y, cuando lo estoy cerrando, entran Goyo y Paco. Les explico cómo es la subida que nos queda por delante y les tranquiliza saber que es la última de la carrera (es la información que yo tenía en ese momento de la carrera). Les digo "Chicos, yo voy a aprovechar que me siento bien, pero voy a subir Catogne al tran-tran, que cuando la subí con Sarito en el TMB nos costó horrores, porque es empinada y un sinfin de zigzags que no acaba nunca. Probablemente me cojan ustedes por el camino". Me responden que sí y me dicen que si me siento bien, que tire para delante. Salgo del avituallamiento y me dispongo a subir el cuestón en "modo diésel". Ya no tengo prisa por llegar a ningún sitio, controlo el tiempo y sé que tengo margen de sobra para llegar todo el resto del camino hasta Chamonix andando despacio, si fuera necesario. Hago los cálculos mentales necesarios y me sobraría un montón de tiempo. "¡Genial!", me digo, "Ahora, al golpito, despacito y con buena letra". Cruzo el río y empiezo a subir por la pista de tierra, luego, me desvío por el sendero y empiezo la interminable sucesión de curvas sin ninguna prisa.
Mientras asciendo, cabeza abajo y mirando siempre al suelo, con las gafas de sol sobre la visera y las gotas de sudor corriendo por la cara, adelanto a varios corredores a los que no había visto en toda la carrera y que, en ese punto, tienen que pararse a sentarse en alguna piedra junto al camino para descansar. Uno de ellos, un japonés -creo-, está reventado, no puede ni apoyar las manos sobre las rodillas al sentarse. Al pasar junto a él le doy ánimos en francés (por costumbre, sobre todo) "Courage, courage!" y levanta la mano en señal de agradecimiento. Encuentro a corredores que caminan casi de lado, otros van escorados y parece que se van a caer, pero sólo miran hacia delante, como si hubiera un punto de luz en el infinito hacia el que tienen que ir y que les guía hacia la meta. Delante de mí, aparecen unas Hokas® y, calzada en ellas, una chica (una máster 40, en realidad) sube algo más despacio que yo, pero sin parar. Decido seguir su ritmo para bajar un poco las pulsaciones y, así, permitir que Goyo y Paco me alcancen porque ya me estaba extrañando que no lo hubieran hecho. Al cabo de un buen rato, ella se aparta para un lado justo donde hay un tronco podrido con una madera muy roja y me acuerdo del TMB. Recuerdo que, poco después de pasar por allí con Sarito, llegamos al alpage de Tseppes, donde aquellos dos toros se mugían entre sí "diciéndose de todo" y, poco después, se llegaba a la cima, donde el camino suavizaba la pendiente. En ese momento, miré para atrás y busqué por el camino más abajo, entre los árboles para ver si conseguía divisar el buff de Goyo, pero nada. No veía ningún color conocido. Seguí ascendiendo poco a poco y terminé llegando arriba, donde el camino se vuelve casi llano y alcancé a un grupo de corredores que hablaban en castellano. Me dejaron pasar y les dí las gracias en español y uno de ellos me pregunta: "Espera, ¿Tú no subiste conmigo el Bonhomme?", me doy la vuelta y no reconozco al chico que me habla y le pregunto "¿Quién eres?" , "Soy Miguel, de Castellón". No me lo puedo creer. Acabo de alcanzar a un chico al que no reconozco porque al Bonhomme subió con un chubasquero amarillo, como le recordé, y ahora iba vestido de rojo. Me alegra mucho verle de nuevo y me sorprendo de haberle alcanzado porque este chico me pasó como un avión entre el Col de Bonhomme y el Col dela Croix de Bonhomme, para no volver a verle más hasta ahora.
Me despido de él porque yo andaba con un ritmo algo más rápido que el de él y me echo a trotar cuesta abajo para llegar al control de Catogne. Después de pasar por allí, alcanzo a un chico que lleva una camiseta de Argentina y le saludo diciéndole que soy Canario y que me alegra mucho ver a un latino en esa carrera, me deja pasar mandándome muchos saludos para nuestras islas y sigo bajando hasta el cruce en el que el camino vuelve a ascender suavemente y a meterse en un bosque. Allí, me encuentro con una familia que busca setas y alcanzo a dos chicos que hablan catalán. Les reconozco, sobre todo a uno, que es muy alto y me acuerdo de que la anterior vez que les ví fue en Courmayeur. Pienso: "Caray! Pues sí que le he metido caña al cuerpo, estoy pillando gente a la que no veo, literalmente, desde ayer!". Les adelanto y sé que queda una bajada rapidísima hacia Vallorcine. El camino me tenia guardada una sorpresa muy, muy agradable.
Llego por la pista de tierra hasta el cruce montado por los bomberos de montaña de Vallorcine y me alegro de volver a entrar en Alta Saboya, le pregunto a uno si la botella de refresco de cola que había junto a la valla era para nosotros y, desde lejos, me dice que sí, que puedo beber. Me echo un buen trago de refresco y me lanzo por el sendero hacia el siguiente avituallamiento.
La bajada hacia Vallorcine es muy variada, tiene zonas muy técnicas entre bosque, con muchas raíces que sobresalen del suelo, piedras, un desnivel brutal y termina con una loma llena de hierba. Dentro del bosque, adelanto a un máster 60 que bajaba ya con algo de dificultad y adelanto a un chico francés llamado Pascal. Muy poco después, la sorpresa: dos figuras familiares me saludan desde lejos "Ese Dani!!", me entran ganas de llorar, son Fer y David, de Arista. Me paro para hablar con ellos y Fer me dice asombrado que me ve muy bien, que voy súper entero, cuando la gente llega allí destrozada. Me dice "Chacho, Dani, se te ve súper fresco, si hasta puedes correr! Chacho, que esto aquí ya es un desfile de cadáveres, aquí la gente ya llega muerta!" Yo les digo que no sé por qué, pero que me siento muy bien, que a medida que la carrera iba pasando, yo me iba encontrando mejor. Le doy las gracias a Fer por el consejo que me dio de dormir 20 minutos en Bertone. Le digo también que tuve que dormir en Champex porque me dormía caminando y que Goyo y Paco vienen por detrás, pero que no sé a qué distancia. Fer me dice que adelante, que me estaba haciendo un carrerón y añade "Tío, que lo vas a conseguir, que te vas a hacer un Mont Blanc!" Esas palabras, ya me hacen temblar y pienso "Joder! Es verdad, voy a ser finisher del UTMB!", aparece Pascal y me despido de Fer y David sin antes decirles que esa noche, si puedo, las cervezas las pago yo. Fer me advierte: "Ah, Dani, te lo digo para que no te coja de sorpresa, les han puesto una sorpresita antes de llegar. No se va a hacer la entrada a Chamonix por el valle, cuando pases Argentiere, les han puesto una subida de regalo, son unos 200 metros de desnivel en unos 2 ó 3 kilómetros, no lo sé muy bien, pero no te quemes mucho para que puedas subirla y así no te coje de sorpresa". Le doy las gracias y pienso en la familia de Catherine Poletti (a buen entendedor...).
Vuelvo a alcanzar a Pascal y él me dice que prefiere que yo vaya delante, marcando el paso en la bajada. Vaya, debe de ser que tengo más técnica que él, pero a mi me viene mejor bajar por delante. Continuamos el pronunciado descenso por una sucesión interminable de curvas en tierra arcillosa y llegamos a unas casas, allí está la última bajada. La loma de hierba ya tiene un caminito hecho y bajamos como dos disparos dando un auténtico espectáculo que el público agradece aplaudiendo y sacando fotos y vídeos. Un americano nos dice "Great show, guys, well done!" Felicito a Pascal por la bajada y él me dice que parecíamos dos VTT (Mountain bikes) de la copa del mundo de descensos. Nos reímos y entramos en el avituallamiento.

La tachuela Poletti
Al salir del avituallamiento, el calor ya es insoportable. Hemos tenido clima para todos los gustos. Decido quitarme la camisa técnica de The North Face® y le quito la "cortinilla" trasera a la gorra. He de ser sincero. Lo hice porque sé que la foto de la llegada quedará mejor sin la telilla esa detrás. Trotamos por todo el sendero en dirección al Col de Montets y en ese momento, me alegro de no tener que subir las 86 curvas del Tête Aux Vents y La Flègere. Junto al río, aparece una suave subidita y me pruebo. No me lo creo, puedo trotar cuesta arriba y adelanto a dos corredores. Sigo trotando y aprovecho el momento, me siento feliz, muy feliz, empiezo a creerme que voy a lograrlo, llego a la carretera, los coches nos animan usando el claxon y nos gritan "Bravo!" por las ventanillas, algún ciclista también nos anima al pasar junto a nosotros, llego al Col de Montets y vuelvo a ver a Fer y a David. Fer me dice "A partir de aquí, todo para abajo y la subida final". Le doy las gracias y veo el cartel de "Dorsal a la vista-fotografía". Veo a uno de los fotógrafos de la organización justo antes de adelantar a dos corredores que no pueden trotar. Corro por el sendero y se me une de nuevo Pascal, corremos juntos y adelantamos a muchos corredores y corredoras. Entramos en Argentiére y pasamos por el último control. Un voluntario nos dice "Bon courage pour le dernier montee" (Mucho ánimo para la última subida) y Pascal me mira con cara de no comprender por qué lo dice, yo le digo "On avon an petit montee plus, Pascal". Él no me cree y se lanza cuesta abajo por la calle, yo hago lo mismo y un grupo de niñas me saluda desde un balcón, los coches nos pitan dándonos ánimos, la gente en las terrazas, nos anima, todo el mundo está volcado en la prueba, todo el mundo sabe lo que estamos haciendo y qué estamos a punto de conseguir. Se me saltan las lágrimas, no lo puedo contener, sé que voy a acabar el UTMB si no tengo ningún accidente en los próximos 7 kilómetros. No me lo creo, "siete!" Sólo siete kilómetros más y habré conseguido mi sueño desde 2007, cuando volví a nacer, cuando volví a creer en mí mismo, cuando decidí que iba a participar en la Transgrancanaria de 2008 y que algún día vendría a probar suerte en el UTMB®, mi sueño desde que en enero de este año, 2011, me llegó el email que decía que había tenido suerte en el sorteo y que tenía plaza para venir a disfrutar sufriendo dando la vuelta al Mont Blanc en menos de 46 horas, atravesando Francia, Italia y Suiza. No puedo dejar de llorar, entramos en un bosque que reconozco y ya sé que falta menos para llegar, Pascal acelera y alcanzamos a una corredora a la que habíamos dejado atrás antes de Argentiere. Probablemente pasó el control sin entrar a la caseta donde estaba el pequeño avituallamiento de líquidos improvisado. Seguimos corriendo y Pascal vuelve a acelerar, le vuelvo a gritar "Nous avon an petit montee plus!" y mira para atrás, poco después, desaparece tras unas casas y le veo parado por completo en medio del camino, mirando hacia la "sorpresita Poletti".
"No hay derecho", pienso. "¿Qué es esto?" A alguien de la organización, se le había ocurrido la fabulosa idea de hacernos creer que desde el Col de Montets, todo iba a ser un camino de rosas hasta la meta. Pues si era un camino de rosas, esto debían de ser las espinas. Las marcas reflectantes giraban un poco hacia la derecha en una bifurcación y proseguían su camino cuesta arriba. La corredora aquella, nos adelantó y subió aquella cuesta como un galgo y la seguimos. Pascal decidió que no quería trotar más. Yo me probé y ví que sí podía con su ritmo, aunque me dejó siempre unos 10 metros por detrás. Al cabo de medio kilómetro, el camino volvió a bajar y respiré. Mi gozo en un pozo, el camino volvió a ascender y, esta vez, con más pendiente si cabe. La corredora ya decidió que no iba a correr más, porque las marcas reflectantes se perdían en el horizonte cuesta arriba. Volví a acordarme de la familia de "la Poletti" y pensé que, si un día me la presentaban, o si me la encontraba en la meta, le pediría por favor que no pensara. Porque cada vez que ella piensa, los corredores sufrimos un montón. Por supuesto, ahora no soy de la misma opinión, pero en ese momento, con 168km en las piernas y 9600m de desnivel positivo y otros tantos de desnivel negativo en las piernas, en medio de un camino plagado de piedras, rocas que te obligaban a levantar toda la rodilla para avanzar, raíces, etc., y siempre cuesta arriba, uno piensa de todo. Yo ya me empezaba a preguntar si nos iban a llevar hasta la Floria, porque aquello no paraba de subir. Al poco rato alcanzo a dos italianos que, cuando parecía que se había acabado su sufrimiento y que llegábamos al sendero de La Floria, ven impotentes, como yo, cómo la ruta sigue ascendiendo irremisiblemente. Uno de ellos hace un gesto ostensibilemente enfadado y creo oir las palabras "porca miseria" y "Poletti" en la misma frase. Les comprendo, yo pensé más o menos lo mismo, pero en castellano.
Sigo subiendo y oigo a dos personas trotando por detrás mía. No me puedo creer que algún corredor pueda llegar aquí corriendo y cuando me adelantan, veo que es una pareja joven de un equipo de atletismo que está entrenando por la zona y que en sus maillots pone "Alcoy". Les saludo y les digo que soy de Gran Canaria y que haciendo el TMB conocí a una pareja que eran de Alcoy. Por las señas que les doy, ellos me dicen que les conocen y se apuntan a acompañarme durante el resto del camino. Por fin, la cuesta termina y un grupo de personas nos avisan de que hay que tomar un desvío hacia la izquierda. Estamos en el Petit Balcon Sud. Por fin, por fin, la bajada desde La Floria, la pista de tierra, dos curvas de herradura y al fondo ya se ve el asfalto, empiezo a trotar y le digo a mi compañía alcoyana que les agradezco un montón la compañía, pero que si la organización me ve acompañado por alguien que no es corredor de la prueba, que me podrían descalificar y ellos me dicen que lo entienden y que lo saben, que ya nos vemos en la meta. Gracias! Jessica y Kiko!!

La Meta - El Paraíso del Ultra Trail - Un sueño hecho realidad en Chamonix
Llego a las calles de Chamonix. Cielos! Salí de este pueblo el viernes a las 23:30 y hoy domingo, después de dar la vuelta alrededor del Mont Blanc, entro de nuevo por sus calles. Rompo a llorar, la gente me aplaude y todos gritan "Bravo, finisher!", no me lo puedo creer, esto es un sueño hecho realidad, estoy corriendo hacia la meta más deseada de mi vida (hasta la fecha), giro la rotonda, veo a corredores que van andando, algunos cojeando, otros escoradísimos, que parece que se vayan a caer, bajo la calle y giro a izquierda y luego a la derecha, veo el arco de Vibram® y a una multitud que grita y aplaude, entro en la zona vallada entre lágrimas y un millón de manos que se alargan para que yo las choque con las mías, muchas gente, muchísima gente, todo Chamonix está en la calle, corro junto al río, vuelvo a pisar esas calles que tanto deseaba volver a ver, llorando, llego a la zona de la Feria del  UTMB, el Hotel Alpina, cruzo la calle, giro a la derecha, adelanto a un corredor que sólo puede caminar y le digo, "Bravo, Finisher!", él sonríe con los ojos llorosos, giro a la izquierda para entrar en la calle comercial y allí la gente se vuelca con todos los corredores, hasta los policías aplauden y te gritan, la gente me mira el dorsal, gritan mi nombre, me llaman por mi nombre y gritan "Bravo, Daniel, Bravo finisher!" Al final de la calle, giro a la izquierda, hacia la escultura del Doctor Paccard y allí, entre la multitud....Saro. Me echo a llorar, Nos abrazamos, nos besamos y ella me pregunta si quiero que ella me acompañe en los últimos metros. Le agarro la mano y corremos juntos hacia la escultura de Balmat y Saussure, giramos a la derecha, ¿Todo Chamonix? ¡Medio mundo está allí! La gente no para de gritar mi nombre, veo el letrero de la farmacia, esta cerca, está muy cerca, una "chicane" de derecha e izquierda y allí delante aparece ante mis ojos la postal más bonita que he visto en una carrera: La Place de l'Eglise, el Triangle de l'Amitie, el arco de meta del Ultra Trail du Mont Blanc. Me derrumbo, me paro, mis dos manos señalan al arco de meta y no puedo parar de llorar, cojo la mano de Sarito y corriendo, con ella a mi lado, cruzo por fin la meta soñada. Como diría Paulo Coelho: he cerrado un círculo.
Lo he conseguido.
Soy finisher del Ultra Trail del Mont Blanc.
He regresado al sitio que me vio partir hace 39 horas, 54 minutos y 27segundos.

Entrego mi chip y me dan un chaleco que hay que lucir con orgullo porque ha costado mucho esfuerzo y mucho sacrificio. Es un chaleco que dice que el que lo consiguió es Finisher del UTMB®.


Agradecimientos
No puedo cerrar esta crónica sin agradecer a todas las personas que me hay apoyado, las que me han animado, las que me han dado consejos (e incluso a las que no creían que yo lo iba a conseguir, porque eso me daba más energías para llegar a la meta).
A mis padres Inma y Salvador ¿Cómo no? Siempre han estado ahí, sin pedirme nada a cambio, sólo ser buena persona.
A mi hija, Alyssa, porque en los momentos de mayor debilidad, cuando pensaba en que igual no lo iba a poder lograr, aparecía su imagen en mi mente y me daba fuerzas para levantarme y seguir adelante. ¿Abandonar pudiendo continuar? No te podía hacer eso, mi vida. Nunca abandones.
A mi primo Acaymo, porque con él entrené aquella Trans del 2008 y porque aunque tu lesión no te permitió acompañarme en este largo y arduo camino, uno de los dos miembros del equipo tenía que lograrlo y quiero que sepas que una gran parte de esto es gracias a tí.
A Sarito, mi novia, porque comparte conmigo este amor por la montaña y la naturaleza, este amor por las carreras por montaña y porque siempre ha confiado en que yo lograría llegar a la meta. Te amo, Sarito.
A Fernando González Díaz, por tus sabios consejos, fruto de la experiencia en esta y otras muchas carreras.
A Cristo Acosta, por aquella frase "He visto senderistas llegar y corredores morir".
A Albertito, por tu asesoramiento técnico.
A Pedro M. "Indi", por enseñarme a orientarme por las montañas.
A Carlos González Díaz, por enseñarme a hacer más corta una carrera tan larga.
A todo el equipo Arista, por apoyarme y darme alas para correr más y mejor.
A Manolo Cardona, del Club Neophron, por enseñarme a subir cuestas sin cansarme tanto.
A Antonio García "Tolo", por decirme una y otra vez que no abandone. En 2012 te toca a tí, Tolo.
A Conchi Antúnez, por decirme en 2007, "Apúntate a la Travesía". Ahí empezó todo, Conchi. Infinitas gracias!!!!!
Se me olvida nombrar a muchas personas, muchísimas, pero quiero que sepan todas las personas que me han apoyado y me han dado algún consejo, que me han tranmitido esa energía positiva, que los llevo dentro, en mi mente y en mi corazón y que sin esa energía, igual no hubiera podido llear a la meta. Muchas gracias!!!